1
El
abrazo de la oscuridad circundante y el picor en mi garganta del humo del
habano reviven recuerdos que se disfrazaron de olvido para no ser visitados… Siendo
yo, eso solo termina convirtiéndolos en los más llamativos.
“La
serpiente”. Ese pobre animal, no debió confiar en mí cuando le dije que al
ayudarme tendría garantizado su lugar en la historia de la humanidad. Pero
cumplí, nadie jamás olvidará el rol que jugó en el destierro de la mujer y el
hombre de aquel jardín primigenio.
A
pesar de que con todos mis años me resulta ridículamente incomprensible la vida
humana y la fascinación que sienten otros seres por esta, terminé cumpliendo la
petición insistente del reptil: le conseguí un cuerpo humano para que
experimentara la maternidad. En fin, a ese generoso detalle de mi parte los del
“equipo contrario” lo llamaron posesión; ella sacó la peor parte, la marcaron
con el nombre de Lilith. Así la relegaron de nuevo a la soledad y al rechazo de
“los hijos de Dios”.
Ser
maligno no implica ser desalmado, al menos no en el significado estricto de la
palabra. Por esa razón no soporté verla deambular sin alguien que acompañara
sus travesías por la oscuridad de la noche. Me le uní por un tiempo, solo el estrictamente
necesario para que llegara la progenie, pues el negocio no funciona igual
cuando me alejo.
2
Han
pasado eones desde la última ocasión que la vi, tantos, que incluso la creí
olvidada. Entonces vinieron con la noticia: una segunda rebelión tuvo lugar en
casa del viejo. Esta le salió más cara que la primera, sus hijos predilectos le
arrebataron reino, poder y existencia.
En
el momento que me informaron quién se sentaría en el trono, supe que debía
renunciar a mi ocupación aquí abajo, pero cuando averigüé la identidad de la
mano derecha del nuevo mandamás, entendí que mi fin era cuestión de tiempo. Inmediatamente
largué todo y abandoné mi quehacer penitenciario.
3
No
soy el único que escapó para evitar las represalias de Miguel y compañía; en el
errar clandestino por los diferentes planos celestiales y humanos encontré al
pobre desgraciado que debía cumplir con “la segunda venida”, esa que el viejo
había planeado desde el inicio de la comedia que él llamaba “salvación de la
humanidad”. Acordamos vagar juntos
mientras ideamos cómo regresar a los lugares que nos pertenecen, yo al infierno
y él a la cruz que su padre le preparó para redimir a ese hatajo de almas
podridas mal llamado “humanidad”.
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