sábado, 11 de junio de 2022

La rifa

   —¿A dónde vas tan apurado, Juan? —pregunta Leonel a su viejo amigo sin que ninguno afloje el paso de su caminar raudo. Pareciera que los dos ancianos tuvieran miedo de llegar tarde a una cita o algo parecido.

—Si ya sabes, para qué preguntas, Leonel. ¿A poco este viernes vas a faltar a la rifa en la plaza?

El otro ya no responde, avanzó varios metros con el paso apurado desde que hizo la pregunta.

Una hora más tarde, la placita de San Pedro Mártir luce las mejores galas que el pueblo conoce: mesas y sillas de plástico, cubiertas con manteles percudidos y desgastados por el uso de muchos años, aguardan por impacientes ocupantes que ansiosos esperan a la distancia, justo por detrás de la raya roja pintada en el piso de la pintoresca plaza.

Una mujer joven ataviada con un vestido negro inmaculado, que rivaliza con su figura estilizada, se sienta con parsimonia en la mesa principal. Los ancianos se revuelven inquietos en sus lugares por detrás de la línea; en el instante en que la dama termina de posarse en la poltrona de madera, los viejos arrancan en busca de los mejores lugares. Pese a las prisas que imperan en el sitio, ninguno cae o es atropellado por el resto.

Todos están en sus asientos. Esperan en silencio. Inmóviles. Expectantes.

El chillido del viejo micrófono rasga el silencio cuando la chica habla.

—Antes de todo, permítanme felicitarlos por el orden y la organización que demostraron. Veo con agrado que los incidentes y castigos quedaron atrás. En fin, como cada viernes me alegra verlos y compartir esta experiencia con ustedes. Presten mucha atención a números y letras, pues como saben, no hay repeticiones ni respuestas a preguntas relacionadas a estos. Empezamos.

Ante una indescriptible e inconmensurable vigilancia de los ancianos, una letanía de combinaciones de números y letras desfilan por la boca de labios rojos y abultados de la hechizante joven.

—¡Gané, gané! —grita Leonel, la emoción en su voz y rostro son idénticas a la de alguien que ha vencido al cáncer u otra enfermedad incurable. Unos lo ven con envidia y otros con resignación.

Uno a uno los ancianos claman sus victorias ante alguna combinación dictada por la enigmática hembra. Los que lo hacen se retiran sin mirar atrás, saben que no pueden esperar en el lugar. La regla dice que, así como llegaron deben irse, solo el nuevo día les llevará las nuevas, sean buenas o malas.

Al final permanecen Leonel y doña Lupe, una octogenaria que no tarda en pasar a ser nonagenaria. Las letras y números se combinan sin suerte para ninguno.

J59, L21, R18…

Cada unión nombrada altera el ritmo cardiaco de Leonel, se siente a punto de perder el sentido. Nunca antes había estado así de cerca de la final, del final, de su final,

F34…

—Gané —dice doña Lupe con calma, casi con decepción. Después levanta la mano, quiere preguntar algo.

—Dime, Lupe —comenta la mujer de negro.

—¿Puedo cambiar lugares con Leonel? Por favor. Ya estoy cansada, quiero ver a mi familia.

—Sabes que no funciona así, Lupe. Tendrás que seguir esperando. Leonel, acompáñame.

—Sí, ya voy —contesta el viejo, su persona entera refleja una resignación obligada. Quiere vivir, sesenta y seis años no son una buena edad para que la muerte te lleve. Además, él tiene motivos para… No, ya no los tiene. Ahora entiende a los que decían que la dama de negro nunca se equivoca.

Escrito por Félix Chacaltana

Consigna: Escribe un relato del género que desees con el título de «La rifa».

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