1
Dicen
que mi familia carga con una maldición.
Eso
lo escuché por primera vez en mi infancia, mientras jugaba en la calle con unos
amigos. No quise encontrarle mayor significado y, por lo tanto, lo pasé por
alto. Llegué a mi casa, comí, dormí, y así seguí por varios años. Lo veía como
un simple rumor de esos que se escuchaban siempre y que estaban lejos de ser
ciertos; esos que las viejas se inventaban al ver una mínima escena de la que
pudieran deducir algo para luego contarle la tremenda historia a su vecina. Nunca
le daba la mayor importancia.
Todo
estaba muy bien, hasta que, ya en mis años adolescentes, comencé a escucharlo
de manera más frecuente. Todos andaban diciendo que la familia Ramírez había
cometido crímenes en la antigüedad y que espíritus vengativos la perseguían, o
que era mejor no acercarse, porque habían hecho un pacto con el diablo y con
solo verlos mucho rato te comenzaban a pasar cosas raras. Por más que intentara
no darle importancia, era imposible. Ya lo escuchaba todos los días y comenzaba
a creérmelo. Cada vez que alguna persona —vieja o joven, ya todos tenían el
mismo conocimiento en cuanto al rumor— me miraba despectivamente, me sentía
culpable y les comenzaba a pedir perdón para mis adentros. ¿Por qué? Pues
porque parecía que les molestaba nuestra presencia en la ciudad y yo no quería
hacer sentir mal a los demás. Así que, por esto mismo, comencé a aislarme más
de lo normal.
También
comencé a leer. Ya que no quería salir en mis tiempos libres (o no podía, como
prefieran verlo), al menos me propuse explorar otros mundos y ser libre dentro
de mi mente. Entré al mundo de los libros con Stephen King —El resplandor
me dejó sin palabras—, pero luego fui retrocediendo en el tiempo literario para
leer a autores como H.P. Lovecraft o Edgar Allan Poe. Me encantaba el terror;
las sensaciones que me provocaba no tenían precio. En ese tiempo no me pude dar
cuenta de que intentaba buscar alguna explicación a los rumores de la gente por
medio de este género. Quizá en mi familia podría haber pasado algo parecido a
lo contado en estos relatos ficticios, quién sabe. Ya que no pude encontrar
respuestas en mi casa, recurrí a los libros. Ahora esto me parece bastante
obvio, pero antes pensaba que solo leía por entretenimiento.
Le
había preguntado a mi mamá, a mi abuela, a mi papá y hasta a mi abuelo, al que
le tenía tanto miedo. Mis padres se mostraron extrañados, como si estuviera
loco, y me dijeron que hiciera caso omiso a los rumores extraños de la gente.
En la reacción de mis abuelos sí que noté algo raro justo después de hacerles
la pregunta: por uno o dos segundos vi una expresión de miedo en sus ojos, que
desapareció enseguida. Después de eso me dijeron algo parecido a lo que me
habían dicho mis papás y le pusieron un punto final al tema. No pude hacer
nada. Era frustrante, pero renuncié al tema nuevamente.
Y
como si el destino no quisiera que yo olvidara el asunto, cada vez que mi mamá
me obligaba a salir escuchaba nuevas cosas. Una vez escuché el relato de una
persona que decía que mientras pasaba por mi casa, a altas horas de la noche,
había visto la silueta de una figura humanoide con cuernos que tenía en las
manos una serpiente roja que brillaba en la oscuridad. Contaba que en ese
momento recordó la serpiente que había tentado a Eva y que sintió un miedo que
lo hizo escapar. Hice caso omiso, como me habían ordenado que hiciera, pero eso
era una falsa verdad que me repetía a mí mismo todos los días. Muy en lo
profundo de mi cuerpo, la intriga y el miedo hacia lo desconocido seguían ahí,
carcomiendo mis posibilidades de ser feliz.
2
Nunca
he dejado mi ciudad porque me parece algo inapropiado. Siento que estaría
abandonando toda una historia familiar increíble y que defraudaría a mis padres
(ahora observándome desde el Otro Lugar), que siempre me dijeron que no me
fuera. Al hacerme adulto no me había ido porque la universidad me quedaba
cerca, y al terminar de estudiar Periodismo tampoco me fui porque no tenía
trabajo.
Luego
de buscar mucho, encontré uno en una revista digital de la región. Debía, en su
mayor parte, escribir reseñas y críticas sobre libros o películas que yo
eligiera. Ponían todo eso en una cierta sección de su revista y con el tiempo
me contaron que hacía un buen trabajo y que a la gente le gustaba. Comenzaron a
reconocerme y a hablarme en distintos lugares, diciendo «¡Oh, ese es el crítico
de la revista!». Más que alegrarme por tener fama en mi ciudad, me alegraba
porque al salir a la calle ya no veía miradas despectivas que decían «Aléjate,
hombre del demonio», sino que podía observar sorpresa y hasta alegría en los
ojos de la gente que me veía. Así comencé a alejarme realmente de los
susodichos rumores de mi familia y a vivir la alegría; por un tiempo, al menos.
Fue
poco después de conseguir un empleo y de conseguir cierta fama que mis padres fallecieron
en un accidente automovilístico. El suceso fue una verdadera tragedia, porque
mi abuelo iba con ellos. El funeral de los tres se hizo como se pudo, pero hubo
algo extraño: mi abuela no se presentó. Ella amaba mucho a su esposo, aun más a
su hijo y le tenía muchísimo cariño a su nuera, así que me dispuse a visitarla.
Mientras
viajaba hacia el campo donde vivía mi abuela, que estaba poco antes de la
salida de la ciudad, me llegaron al celular notificaciones y correos de
distintos diarios a los que estaba suscrito. Se hablaba de la gran tragedia en
cada uno de ellos, pero uno atrajo mi particular atención. Hablaba de una
posible causa sobrenatural del accidente, que tenía su origen años atrás en la
historia de la familia Ramírez; se hablaba de un pacto con el diablo y de que
este ahora estaba tomando lo que le pertenecía. Me puse furioso. ¿Cómo era
posible que publicaran un artículo así? Era algo basado en puros rumores, o
sea, algo inverosímil. Era poco profesional dar información así sin tener una
fuente de la cual apoyarse más que «dicen por ahí». En ese mismo instante anulé
mi suscripción al medio y seguí con mi camino.
Cuando
llegué al campo de mi abuela (en otros tiempos también de mi abuelo), me di
cuenta de que la casa parecía vacía. La tarde ya se estaba convirtiendo en
noche y las típicas luces interiores que se veían desde lejos no estaban
encendidas. Me acerqué a la casa, introduje las llaves en la puerta y entré;
silencio absoluto. Lo único que pude escuchar fue un mugido lejano de una vaca,
nada más. Llamé a mi abuela y no escuché respuesta alguna. Subí a su habitación
y, como era de esperarse, no encontré a nadie. Decidí quedarme a esperarla;
seguramente había ido a comprar a la ciudad.
Seguramente.
3
Pasé
la noche en la casa de mi abuela, y al amanecer ella aún no había llegado.
Quise quedarme un día más, y la ambientación sonora de este fue tan o más
silenciosa que la del día anterior. Cuando por fin me rendí ya estaba oscuro, y
no quería manejar de noche. Así que mantuve mi estadía en la dichosa casa, que
por alguna razón ya me estaba hartando.
Presentía
que esa noche no iba a lograr conciliar el sueño, así que busqué otras cosas
que hacer. Deambulé por la casa y en cierto momento me fijé en una escoba. Ah,
barrer, pensé, limpio la casa y es casi seguro que luego me da sueño.
Así que me puse a trabajar por toda la casa, que no era precisamente lo que se
llama una casa pequeña. Revolví la sala de estar, la cocina, el comedor, los
baños, la bodega y, por último, la habitación de mis abuelos, que era donde
había dormido la noche anterior. Primero junté todo el polvo del piso, para
luego fijar mi mirada en los muebles. El velador estaba especialmente sucio,
por lo que le pasé un paño por encima y abrí el cajón para ver que estuviera
todo en orden.
Dentro
del cajón había un diario antiquísimo, del año 1865. El titular de la portada
rezaba: EXTRAÑA MUERTE DE ALICIA RAMÍREZ EN CHILLÁN: SE SOSPECHA SUICIDIO. No
decía nada de que la noticia estaba en cierta página más adelante, sino que
esta estaba escrita ahí mismo. Comencé a leer, y no tardé en reparar en la foto
que incluía el artículo. La fotografía mostraba a una mujer, con los ojos en
blanco y con sangre saliendo de su boca, que yacía muerta en una tina llena de
agua. La imagen desprendía un ambiente siniestro, grotesco. Me pregunté cómo
era legal en ese entonces poner una imagen tan explícita en un diario.
El
escrito en cuestión hablaba de que el domingo 14 de mayo había sido encontrado
el cuerpo de Alicia Ramírez, una mujer que estaba pronta a casarse con una
familia de cierto prestigio. Se había iniciado la investigación y todo indicaba
que la mujer se había suicidado ahogándose en el agua de la tina (con una
fuerza de voluntad admirable) y que en el transcurso de eso se había mordido la
lengua. Las causas del posible suicidio eran desconocidas —la familia y el novio
no habían dicho nada que fuera de utilidad en ese asunto—, pero era la única
causa de muerte que los cuerpos de investigaciones podían deducir. La mujer en
cuestión me recordó muchísimo a la señora Massey, quizá hasta había muerto en
un hotel, también. Pero no, al seguir leyendo me enteré de que había muerto en
su casa, mientras toda su familia había salido a una fiesta política, o algo
así entendí yo. Lo último en que me fijé (no sé por qué, si era lo que más se
notaba a simple vista) era una frase escrita en los márgenes del papel:
«¿Suicidio? Ni loca. Esto es obra del demonio».
Leer
eso me hizo sentir una inquietud extrema. Aquí había algo raro. ¿1865 y ya se
hablaba de la maldición? ¿Tan antigua era? ¿Acaso este era el origen o el
detonante del rumor? ¿Qué mierda ocurría en mi familia, por Dios?
A
estas preguntas se les agregó además la inquietud que creció dentro de mí al
darme cuenta de que nunca había llorado la muerte de mis familiares. No podía;
intentaba, pero las lágrimas no salían.
Todo
eso me acompañó esos días, y todo eso me acompaña ahora, en la casa de mi
abuela.
4
Han
pasado ocho días desde que encontré el material periodístico de 1865, y todavía
no me he ido. La curiosidad por la maldición me retiene en estas murallas. He
buscado y buscado por toda la casa, pero al parecer ese diario es la única evidencia
de la historia aparentemente satánica de mi familia.
Mi
abuela aún no aparece, y ya hace tiempo que me preocupa. Hoy desperté con una
preocupación más grande que nunca. Antes me decía a mi mismo que seguramente se
había ido en un viaje con sus amigas para hacer más ameno el duelo. Pero al
abrir los ojos esa esperanza ya no estaba. Ahora solo pienso: mi padre, mi
madre y mi abuelo murieron, todos juntos. ¿Por qué no lo haría también mi
abuela? Sería la única que falta del cuarteto de fallecidos de la familia
Ramírez. Bueno, si es que no me cuento a mí; prefiero solo hablar de mi abuela
porque pensar que mi vida podría estar llegando a su fin es algo que amenaza
con volverme loco.
Ahora
es de noche, y es de esperarse que en un campo esta sea oscura, pero hoy es la
excepción: la luna está más brillante que nunca y puedo ver todas las plantas y
animales del terreno por la ventana de la cocina. No hay un calendario en esta
casa, así que no sé en qué fase está hoy el satélite, pero estoy casi seguro de
que debe estar llena. No le veo otra explicación al cegador brillo que hoy se
desprende desde el cielo.
Me
pongo a leer un libro que había en la casa para distraerme un rato de mis
pensamientos y preocupaciones. Es de Isabel Allende: La casa de los
espíritus. Nunca antes he leído a esta autora, así que la novela captura el
mayor de mis intereses.
Voy
por la página 156 cuando escucho un extraño ruido que viene de la puerta
principal de la vivienda. Dejo el libro, me levanto y camino hacia la puerta.
La abro con una mano temblorosa y veo que no hay nadie. El miedo se apodera de
mí, pero aun así salgo y miro alrededor. Nada. Decido explorar los alrededores,
por si acaso. Me dirijo primero hacia la derecha y por casi todo el camino que
rodea la casa no veo novedad alguna. Pero mientras doy un paso escucho un ruido
justo a mi izquierda, por donde se extiende el campo hasta el horizonte. Miro y
no tardo en caer al suelo por el miedo.
Veo
a mi abuela tomada de la mano de un hombre, mientras caminan hacia el infinito
del campo. Puedo observar la espalda y el pelo blanco de ella claramente, pero
el hombre que la lleva como si fuera su hija es una simple silueta; es pura
oscuridad, a pesar de toda la luz que emana la luna. Pero quizá no es un simple
hombre. Los hombres normales no tienen cuernos, ¿no?
Ahora,
en un total estado de desesperación, lloro. Lloro por mis padres, por mi
abuelo. Lloro por mi familia y por mi hogar, por la maldición. Lloro por mi
infancia y le pido piedad a Dios. Lloro por el mundo; lloro por mi abuela.
—Ahora
te toca a ti, ¿no crees? De alguna forma debo cobrar toda la plata que le di a
Alicia —dice una voz detrás de mí.
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