domingo, 12 de junio de 2022

Las plumas

   Había algo que le incomodaba. No sabía con exactitud lo que era, pero no podía dormir. Dio vueltas acostada en la cama. Liberó un pie de las cobijas pensado que era calor. No funcionó. Se desarropó totalmente y a los pocos segundos sintió frío y de nuevo se abrigó. Pensó que tal vez eran las sábanas de 500 hilos de algodón egipcio que ya no la hacían sentir la comodidad de los faraones; o el edredón de plumas –al que prefería llamar duvet, porque al usar la palabra edredón perdía su distinción del resto de ropa de cama ordinaria– cuyos cálamos a veces trascendían la tela como agujas a la piel. Lo mismo pasaba con sus almohadas, pues su relleno también era de plumas. O tal vez era la ausencia lo que le perturbaba el sueño. Llevaba un mes y cuatro días durmiendo sola, sin su esposo. Sí, todavía era su esposo, aunque ya no vivieran juntos, aunque durmiera en otra cama, con otra mujer.

Hace un mes y cuatro días él le informó que ya no la amaba, que había conocido a una artista plástica de la cuál se había enamorado perdidamente y que se iría a vivir con ella. Al terminar de hablar el frío del silencio congeló la escena. Parecía que el tiempo no pasaba, habían transcurrido horas sin decir nada, hasta que ella, la futura exesposa, hizo las preguntas equivocadas.

Él con total honestidad, sin importar si a ella le dolía o no –porque por algo se atrevió a preguntar– le respondió. Le contó todo sobre la intrusa, cómo se conocieron, su edad, su profesión, sus pasatiempos y de cómo disfrutan la compañía del otro. Por parte de ella hubo más lágrimas que palabras. Sonó su teléfono y atendió la llamada de la susodicha, le hablaba con cariño, como le hablaba a ella cuando eran novios; hace muchos años dejó de hablarle así. Una vez colgó, le dijo que en unas semanas hablarían de las cosas legales y materiales, y se marchó. Ella se quedó toda esa noche sentada en la cama, la misma cama que no le permite conciliar el sueño.

Le dio vuelta a la almohada, pero el malestar seguía. La cambió por la que él usaba. Casi de inmediato se arrepintió y la dejó de nuevo en su lugar.  Dedujo que tal vez eran sus pensamientos los que no la dejaban dormir. Después se retractó, pues desde hace cuatro días no pensaba en la mujer de su esposo. Cuando se acabó su matrimonio su mente la ponía constantemente en comparación a ella y recordaba cuánto soñaba con ser artista. En sus días de estudiante en la escuela de artes le apasionaba dibujar y pintar. La ilustración artística de la botánica era su fuerte, todos admiraban sus trazos y su talento para dibujar hojas, plantas, árboles, flores, etc. Eso fue lo que hizo que él, un cineasta con un futuro prometedor, se interesara en ella. Se enamoraron rápidamente, pues las mentes creativas suelen entregarse sin la menor cautela al arte del amor. Cuando él grabó su primera película, añadió un poco de su trabajo en la escenografía, fue su manera de apoyarla. La película tuvo mucho éxito, como era de esperarse, pero nadie se fijó en los cuadros de plantas. Se casaron y a medida que la carrera de su esposo ascendía, su pasión fue menguando. Él le decía cuánto disfrutaba que se involucrara en su mundo y que lo acompañara en sus procesos creativos, y así, poco a poco ella se fue dejando a un lado. De vez en cuando retomaba el lápiz y el pincel, y cuando pedía la opinión de su compañero él le decía que ya no había arte en su obra, que no eran más que unos dibujos bonitos. Escuchó varias veces comentarios similares, hasta que la ilustración artística de la botánica pasó a ser solo botánica, la del jardín de la casa. Reemplazo las pinturas y los carboncillos por materas y abono. Se dedicó a embellecer su hogar con las flores que nacían de sus propias plantas. Aprendió todo de ellas, sus clasificaciones, su composición química, los usos que podría darles.  Remedios caseros, baños relajantes, especias para la comida, aromas para los espacios, incluso parte de la escenografía de las producciones de su esposo; las plantas eran las protagonistas de su día a día. Siempre quiso ser artista y el no haberse convertido en una la frustraba. En su jardín encontró consuelo hasta que su esposo la cambió por una mujer que era todo lo que ella quería ser.  

La sensación de fracaso la inundaba, se preguntaba cómo iba a pagar las cuentas, cómo iba a mantener su estilo de vida, cómo iba a seguir recostando su cabeza en almohadas de plumas. Si fuera una artista reconocida, una mujer económicamente independiente, como lo era la otra mujer, no tendría esa clase de problemas. De hecho, su esposo aún la amaría y seguirían tan enamorados como cuando eran novios, como lo deben estar ahora él y su otra mujer.

Se acomodó en posición fetal y cuando creía que por fin iba a conciliar el sueño, empezó a sentir un cálamo arañando su pie. Sacudió sus piernas como pataleando en el agua y apretó la almohada contra su cara. Pensó que con eso bastaría, pero cuando se detuvo comenzó a sentir los cálamos más afilados, ahora contra su vientre, sus brazos y su rostro.

Hace cuatro días él la visitó mientras trabajaba en el invernadero que había construido en una parte del jardín trasero de la casa. Luego de halagar sus flores dijo que aún no había podido hablar con los abogados, pero que lo más probable era que le recomendaran vender la casa. Ella calló. Otro cálamo más que la punzaba. No planeaba explicarle el porqué vender la casa era una bajeza. No se iba a desgastar diciéndole que le había dado sus años, su talento, casi su ser completo para hacerlo feliz, y que lo mínimo que él podía retribuir era dejarla vivir en su casa tranquila. Él le dijo que pasaría de nuevo en unos días para hablar de eso con ella antes de arreglar con los abogados todo lo relacionado con el divorcio.

Ya no se sentían como cálamos, parecían miles de escorpiones clavando sus aguijones por todo su cuerpo. Maldecía el día en que decidió comprar productos rellenos de plumas para dormir. Solo el sonido del teléfono interrumpió la tortura. Fingió sorpresa al escuchar que su futuro exesposo había muerto de un ataque cardiaco que sufrió hace unas horas. Con su mejor actuación convenció entre lágrimas a su suegra de que no podía creer lo que había sucedido, si esta tarde habían almorzado juntos y arreglado su divorcio en términos amistosos. La madre del difunto le confirmó que como aún estaban casados, todo le pertenecía a ella. Sin chistar la interrumpió para decirle que no era el momento de hablar de eso, que se encontraba muy afectada. Confirmó su asistencia a las exequias y entre lamentos dio su más sentido pésame.

Buscó una cobija y la puso por encima de las almohadas y debajo del edredón. Secó sus lágrimas de cocodrilo y se acostó nuevamente. Una vez más las plantas la hicieron feliz. La torta favorita de su esposo decorada con un poco de acónito –una planta que en su raíz contiene una toxina letal e imperceptible a cualquier autopsia, pues el efecto que produce en el corazón es similar al de una insuficiencia cardiaca– y el estampado de flores que tenía su cobija le permitieron dormir tranquila el resto de la noche. Antes de caer profunda en los brazos de Morfeo se repitió a sí misma «Es un hecho, prefiero las flores en vez de las plumas».
Escrito por Garabato Textual.

Consigna: Escribe un relato del género que desees con el título de «Las plumas».

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