sábado, 25 de junio de 2022

Los Pecadores

Llovía. Las hojas vacilaban bajo las tristes gotas otoñales, que las golpeaban con la indiferencia propia de los fenómenos atmosféricos. En el condado de Gronjemsville. aquel apartado rincón de la vertiente oeste de los Apalaches, apenas pasaba nunca nada. Era el año 1732 y la zona apenas había sido poblada por la raza blanca. Los pueblos eran míseros. Y estaban sujetos a la voluntad y normas de Dios. O al menos a las de los clérigos locales, siempre iluminados por la gracia del Señor, según aseveraban con frecuencia ellos mismos.

David Chemsey estaba sentado al lado de la única ventana de su mísera cabaña. Contemplaba la lluvia fumando en su pipa mientras despiojaba los escasos cabellos que restaban en su cráneo lleno de ronchas . Cavilaba, o intentaba cavilar, sobre el extraño sueño que había tenido durante la noche. Recordaba torpemente verse a sí mismo en el mismo atado a una silla, de hecho la única y vetusta silla que tenía en la estancia. No podía moverse pero no se preocupaba, con esa extraña aceptación de los hechos atroces con la que afrontamos el mundo onírico. Estaba frente a la ventana mientras veía llover fuera, en una posición muy parecida a la que actualmente tenía. Oyó entonces en el sueño un extraño siseo. Una serpiente de un extraño color rojo sangre se deslizaba por el piso de tierra apisonada, dirigiéndose morosamente hacia él.  La serpiente le había trepado el cuerpo enroscándose en su pierna derecha y subiendo luego por su regazo, hasta que se había colocado enfrente de él, apuntando su cabeza hacia su rostro, preparándose para violar su intimidad corporal a través de su boca. Había despertado entonces sudoroso y aterrorizado. El resto de la mañana había logrado recuperarse poco a poco del terror pánico con el que había iniciado la jornada. Con el comienzo de la lluvia se había animado a intentar sacar alguna conclusión de la pesadilla. Sin éxito hasta el momento.

Sintió un fuerte retumbar. No se alteró, estaba acostumbrado a la forma en que aquel angosto y aislado valle actuaba de caja resonancia de los truenos. Justo en ese momento vio pasar por delante de su desvencijada cabaña lo que se podría describir como un extraño cuadro. Una muchacha enfundada en un harapiento vestido atravesaba la cercana senda mientras tiraba de una parihuela hecha de cañas, donde transportaba lo que posiblemente eran su únicas pertenencias, un pequeño taburete, un saco de ropa sucia y un atado con alimentos. La lluvia la calaba desde la punta de su cabeza hasta los pies, y el caminar por aquel enlodado camino la había teñido de un color mortecino. La muchacha no se inmutó por el retumbar del rayo, aunque un segundo después resbalaba y quedaba por unos instantes postrada de rodillas. Se levantó de inmediato pero eso bastó para que David Chemsey  pudiera distinguir en su rodilla izquierda una extraña cicatriz de color rojo intenso. Tenía la forma de una serpiente. La serpiente de sueño.

No dudó un instante. Se abalanzó fuera de la cabaña y se postró delante de la muchacha. Le pidió matrimonio allí mismo, bajo la lluvia con la cara inundada de agua y barro. Laura Prescott, que así se llamaba la muchacha, se sorprendió un poco ante el acto intempestivo de aquel hombre contrahecho y enjuto, arrodilladlo ante ella con expresión entre suplicante y temerosa.  Tras mirarle a los ojos unos segundos, asintió con dulzura. Había visto ignorancia, miedo y simplicidad en ellos. Pero no había visto maldad alguna. Y a pesar de su juventud, ella era experta en ese tema.

El clérigo de Gronjemsville, por aquel entonces el padre Benjamín Delano, accedió a celebrar la ceremonia no sin antes imponer como condición la realización de un exorcismo a la muchacha, que desde el primer momento le generó una fuerte desconfianza, tanto por su juventud como por ser extraña en aquellos  lares.  David Chemsey y su prometida aceptaron. El exorcismo duró dos días y como consecuencia de la resistencia que según el clérigo opusieron los numerosos demonios que habitaban en la muchacha, ésta quedó coja del pie derecho y con la mano izquierda inútil de por vida, además de cubrirse de moratones y heridas por toda su piel. Pero con el alma purificada como si acabara de llegar a este mundo. El clérigo salió exultante y descansado de tan gloriosa experiencia. El matrimonio tuvo lugar a los cuatro días en el cobertizo de los Chemsey, sin más invitados ni testigos que un buey, cuatro gallinas y una cabra, el exiguo patrimonio de la pareja en aquel mundo recóndito.

La convivencia entre los  dos extraños fue desde el primer momento placentera. Esperaban poco de su paso por este mundo, y sorpresivamente habían encontrado, si no amor a primera vista, sí respeto y ternura. Diez meses después el destino concedió al matrimonio Chemsey la gracia de una hija. Fue bautizada inmediatamente como Laura Chemsey y el padre Delano mantuvo su gruesa cabeza dos minutos bajo el agua para asegurarse de que el pecado original, fuera totalmente borrado. La criatura emergió con el rostro amoratado y casi muerta por ahogamiento, pero con la esperanza en el alma de los allí presentes de que no albergara rastro del mal de Adán y Eva.

Sin embargo desde su infancia Laura Chemsey mostró señales que hicieron pensar al padre Delano que había fracasado en su intento. Con tan sólo tres años los granjeros del condado siempre pedían a David Chemsey que su hija estuviera presente en los partos de sus vacas y caballos. Habían comprobado que con ella presente el parto nunca daba problemas.

La muchacha fue creciendo como una salvaje en la hectárea que David Chemsey poseía y en la que cultivaba sorgo y maíz. Sin formación cristiana, y vestida con unos harapos que apenas tapaban sus vergüenzas, con quince años ya pasaba largos tiempos en lo más profundo del bosque cercano de Chiliqutayoc, lugar ominoso en el que no mucho tiempo atrás los indios realizaran sacrificios humanos. El padre Delano ya contaba por entonces con tal edad que no le permitía atender la totalidad de sus múltiples compromisos parroquiales. Si bien contaba con un diácono como ayuda para sus quehaceres diarios, éste no era más que un muchacho de diecisiete años llamado Joseph Zimmer que no tenía ni la dignidad eclesiástica ni la templanza personal para aliviar de sus tareas lo suficiente al buen pastor. La muchacha mientras tanto iba extendiendo su fama entre los granjeros de la zona. Para ello contaba con la inestimable ayuda de su madre, que recibía en su casa a tullidos y pobres de espíritu a los que administraba distintas pociones elaboradas, según algunos murmuraban, a espaldas de lo establecido por la Palabra de Dios.

El 2 de junio de 1747 y según dejó constancia en su diario, el Padre Delano y su diácono cabalgaban por la ruta del oeste camino de la alquería de Sam Wellington, con la intención de bendecir el nuevo establo que acababa de construir. La ruta todavía hoy transcurre junto a un prado que por entonces era propiedad de Bill Wooder. Mientras transitaban ese tramo pudieron observar a Laura Chemsey hablando con Bill. Luego vieron cómo la muchacha se acercaba al cercado anexo a la casa y pronunciaba una palabras al oído del caballo de Bill, que tumbado y jadeante parecía que esperara su último destino. De repente el caballo se incorporó con brío. Entonces Laura Chemsey le acercó a la boca algo que no pudieron distinguir, y a continuación le agarró la cabeza con las dos manos y juntó su frente a la de la bestia. Tras un minuto en dicha posición, el caballo se tranquilizó, y cuando Laura le soltó comenzó a trotar pausadamente por el cercado, al parecer ya recuperado de sus males.

El padre Delano no necesitaba más pruebas de la relación demoníaca de ese ser con las bestias de rango inferior, y decidió actuar de inmediato, aun en contra de cierta oposición que le mostrara su joven diácono, engañado tal vez por la sorprendente curación equina.

Esa misma noche el padre Delano acudió a casa de los Chemsey acompañados del alguacil para llevarse a la muchacha. Sus padres no opusieron resistencia aunque según lo redactado por el propio padre Delano en su diario quedaron visiblemente afectados por la situación. Tampoco Laura Chemsey opuso resistencia, según testimoniaría más tarde el alguacil en su libro de hechos punidos.

La joven fue encerrada durante tres semanas en el templo parroquial, en la zona reservada como dependencias personales del párroco. Durante dos semanas el padre Delano y su diácono Zimmer se dedicaron en cuerpo y alma a la liberación de su alma torturada. Como el padre Delano no tenía experiencia en el sacro arte del exorcismo, recurrió sabiamente al Manual para el aniquilamiento de demonios y liberación de embrujos  escrito 108 años antes por el santo padre Edmund Franklin, que fuera por dos siglos el manual de referencia para todos los párrocos de Nueva Inglaterra.

Este manual prescribe para los exorcismos una serie de técnicas: Tensamiento de articulaciones hasta el límite del descoyuntamiento; Latigazos con vara de cuero  bolas de metal; Marcado con cobre al rojo vivo en pecho y espalda; y en los casos más complicados los enemas con una solución de polvo de ortigas y mandrágora para matar a los demonios.

Si bien no sabemos exactamente qué tipo de artes fueron aplicadas sobre el cuerpo de Laura Chemsey, sí es fácil adivinar que movidos por su deseo de salvarla le fueron aplicados la mayoría de los remedios señalados en el citado manual. Aldeanos que pasaron junto al templo testimoniaron más tarde haber oído gritos desgarradores semejantes a los de los caballos cuando son sacrificados.

A la tercera semana, sin embargo, acontecimientos extraños comenzaron a producirse en el condado, sin duda relacionados con la lucha desigual que se producía en el templo. Toda la vegetación que lo rodeaba comenzó a angostarse en un radio de media milla a la redonda, hasta que finalmente murió. Los coyotes empezaron a aullar desaforadamente por las noches. Los animales domésticos de todos los corrales se mostraron extrañamente inquietos, produciéndose la muerte repentina de varios de ellos durante la noche.

Fue en esta semana cuando se produjo un inesperado hecho. El día 15 del exorcismo, el padre Delano tuvo un extraño sueño. Lo relata él mismo en su diario. Cuenta cómo en el mismo se encontraba en las mismas dependencias donde estaban realizando el exorcismo. Junto a él, el diácono Zimmer. Pero delante de ellos no estaba Laura Chemsey atada con alambre a una cama, como en el mundo real, sino sumergida en una lujosa bañera de alabastro beige. Desnuda y sujetando un espejo en la mano con el que contemplaba su rostro. Mientras que del agua surgía otro brazo, negro y peludo, que le acariciaba un pecho, blanco como la nieve. El padre Delano levantó en el sueño la cruz que tenía en la mano, pero la muchacha no reaccionó. sólo sonrió levemente e inclinó la cabeza en dirección a la ventana. El  sacerdote se acercó a la misma, para contemplar en el suelo tres metros más abajo (de repente se encontraban en un primer piso). Una figura parecida a un espantapájaros le observaba con su rostro de trapo. En su cara de tela se empezó a insinuar, atrozmente, una sonrisa . El diácono permanecía mientras tanto impasible, “como hipnotizado” escribe el padre Delano. En ese momento el sacerdote despertó entre convulsiones, y  fue corriendo al cuarto donde mantenían atada a la poseída. Llegado a la habitación, comprobó con horror que la cama estaba vacía, con los alambres rotos y ensangrentados. Fue corriendo entonces a buscar al diácono Zimmer, pero sólo encontró su catre vacío y una nota en la tosca caja de madera que le hacía de mesilla. Esa nota fue guardada cuidadosamente en su diario por el padre, gracias a lo cual sabemos su contenido:

...

Mi muy respetado padre Delano. Que Dios le bendiga.  Mi pobre alma quizás estuviera condenada al infierno desde que nació. Respeto y respetaré las leyes de la santísima Iglesia, así como sus venerables enseñanzas. En el seminario de Charleston me enseñaron que el amor de los unos por los otros es el primero de los mandamientos. Pero no he visto nada de ello en lo que estamos haciendo a esta pobre criatura. Durante dos semanas he soportado a su lado ver cómo le destrozaba el cuerpo en búsqueda de un supuesto demonio respecto al cual yo no he podido encontrar evidencia alguna No hay escupitajos negros, ni espuma en la boca, ni convulsiones, ni frases que denoten un conocimiento de hechos personales de nosotros  sus exorcistas. Tan sólo he visto una pobre chica torturada hasta el filo de la muerte.

No dudo de su buena voluntad, pero creo que estamos haciendo algo equivocado, algo que no respeta las leyes de la Santísima Trinidad.

Yo soy muy ignorante, pero desde antes de entrar en el seminario me juré hacer siempre aquello que me dicte el corazón.  Por eso me he llevado a Laura. He tomado su carromato y su caballo, padre, y hemos tomado la ruta de Chattanooga. Sé que por esa ruta ninguno de los lugareños ni el alguacil se atreverán a perseguirnos Si Dios tienen a bien perdonarnos, lo cruzaremos vivos y tal vez haya un mañana para nosotros. Si somos pecadores que no merecemos el perdón, a buen seguro que las alimañas disfrutarán con nuestros restos en pocos días, y se habrá hecho justicia.

Que usted, y Dios, me perdonen.

Joseph Zimmer

 

Parece ser que el padre Delano reaccionó con calma al leer esta misiva. La ruta de Chattanooga atravesaba desfiladeros y riscos infestados de alimañas salvajes. Si el pobre diácono había caído bajo el embrujo de ese maldito demonio, la muerte de ambos era segura, y además un final que le ahorraría esfuerzos adicionales que sin duda le minarían sus ya escasas fuerzas morales y físicas.

Esa misma tarde llamó al alguacil de la villa y a algunos lugareños fieles, y se dirigieron a la granja de David Chemsey y Laura Prescott.  Les sacaron a golpes de la misma y la incendiaron hasta que no quedó más que una casa carbonizada. Espantaron a los animales del granero. Luego desnudaron a ambos y procedieron a colgarlos de una encina cercana. Dice el libro de hechos punidos del alguacil que ambos mantuvieron la calma, y que incluso se despidieron uno del otro con ternura.

Aquella noche el padre Delano se acostó con el alma confortada. Cayó pronto en el sueño. Una hora más tarde se despertaba inquieto. Salió al patio, con una extraña angustia en el cuerpo. Anduvo como sonámbulo unos metros, mientras arrastraba los flecos de su camisón por el terreno embarrado. Oyó entonces un extraño rumor. Era una respiración gutural, como de una alimaña. Se dio la vuelta despacio y contempló una figura extraña sentada a pocos metros. Le recordó el espantapájaros con el que soñara un día antes.

A la mañana siguiente los lugareños encontraron el cuerpo descoyuntado y ensangrentado del padre Benjamin Delano.

No se sorprendieron demasiado. Era un mundo peligroso y duro, en el que la gracia de Dios siempre estaba presta a abandonarte.

 

FIN

Escrito por Senderista gris

Consigna: Escribe un relato basándote en las tres imágenes adjuntas.

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