—Ya
sabes que a tu madre y a tu abuela no les gusta nada que te cuente esas
historias.
—Anda,
porfa…—rogó el muchacho.
—Está
bien. —Y antes de comenzar, un cuervo se posó en lo alto de su sombrero de
copa, como acostumbraba a hacer cuando iba a empezar un cuento—. Hace mucho,
mucho tiempo…
…El Diablo decidió pasear por el
mundo de los vivos en busca de un alma gemela para compartir la oscuridad
eterna juntos.
Acompañado de su vieja amiga La
Muerte, comenzó a recorrer las ciudades en busca de su compañera.
—Recuerde, Maestro —comenzó La
Parca—, primero actúo yo y después, cuando el alma haya abandonado el cuerpo es
cuando entra usted en acción.
—Lo sé. Tú dedícate a tu trabajo,
como si yo no estuviera aquí.
—No puede intentar conseguir el alma
antes de tiempo; corremos el riesgo que nuestro cliente no muera pero pierda el alma y eso sería
fatal para el equilibrio: no puede haber más almas que cuerpos ni más cuerpos
que almas.
Con estos consejos, los dos se
aventuraron por el mundo en busca de las personas que La Muerte tenía en su
lista. El primero era un gordo banquero que cuidaba de sus ganancias más que de
su salud. Grandes atracones de carne regados por el mejor vino del país y antes
de acostarse no podía faltar su cigarro puro sentado en el sillón del despacho
repasando los beneficios del día.
—Es el momento —le dijo La Muerte al
oído del banquero.
—¿Ya? ¿Tan pronto? —respondió este—.
Si todavía tengo mucho dinero que ganar para ser más rico todavía.
"Me gusta" pensó el Diablo,
"es egoísta y codicioso, podría ser un buen alma gemela".
Entonces, cuando La Muerte fue a
hacer su trabajo el banquero, consciente de lo que le iba a suceder, rompió a
llorar y a suplicar por su vida. En vano.
—Deprisa, Maestro —le dijo La
Muerte—. Si quiere hacerse con este alma tiene que hacerlo ya.
—Nah, no me interesa. Demasiado
débil. Que vaya con las demás.
El Diablo y la Muerte continuaron su
peregrinaje en busca de víctimas. Él vestido con su chaqué de gala y ella con
su negra capa. Él con su barba de chivo ligeramente levantada en la punta y
ella con las vacías cuencas de sus ojos brillando de emoción. Él, ansioso por
encontrar a su alma gemela y ella, ansiosa por complacer a su maestro.
—Allí, Maestro, en aquella casa hay
una mujer a punto de morir. —Y ambos se encaminaron hacia la casa que la Pálida
Dama indicaba con su huesudo dedo.
El Diablo estaba tan extasiado que no
podía esperar a que la Muerte hiciera su trabajo. Se deslizó flotando hasta el
interior de la casa y accedió a la habitación donde una mujer de mediana edad
estaba tomando su baño. A los pies de la bañera había un espejo de mano caído y
ondeaba en su desplazamiento una serpiente.
La Muerte entró al poco con más
calma, sabedora que iba a realizar su trabajo a la perfección (como siempre
había hecho).
—¡Esta!, ¡esta es! —decía el Diablo
entusiasmado. Entonces recogió el espejo del suelo y se arrodilló junto a la bañera—.
Mírate, eres hermosa —le dijo a la mujer mostrándole su propio reflejo—. Vas a
ser mi alma gemela.
La mujer no dijo nada, apenas pudo
balbucear con la boca torcida y sus miembros inmóviles debido al veneno de la
serpiente. Parpadeó una vez, dos veces, tres veces. Dejó lo ojos abiertos y en
blanco. La sonrisa del Diablo se ensanchó, sabiéndose ganador de aquel alma.
Entonces los ojos de la mujer volvieron a parpadear una vez, dos veces, tres
veces y así continuaron. La paciencia del Diablo estaba al límite.
—¡¿Por qué no se muere?! —gritó—.
¡Quiero a mi alma gemela ya!
—Maestro, ha de ser paciente —le
indicó la Muerte—. Morirse es un momento complejo e íntimo. Requiere su tiempo.
—Pero yo no quiero esperar —protestó.
Y dicho esto hundió su mano en el pecho de la mujer y le arrancó el corazón—.
¡Hale, ya está! Ahora quiero su alma.
El alma de la mujer rondó por la
habitación, desconcertada, mirando su antiguo cuerpo, a la Muerte y al Diablo.
Y lloró. Entonces la Muerte también lloró.
—¿Por qué lloras? —le preguntó el
Diablo.
—No estoy llorando —respondió la
Muerte.
—Pues entonces te sudan los ojos.
—Maestro, la muerte es mi trabajo y
mi trabajo es mi vida. No puede usted acelerarlo ni intervenir.
—¡Pero quiero mi alma gemela! —tronó.
Un silencio inmenso se hizo en la sala. Silencio roto por el siseo de la
serpiente que había mordido a la mujer. Se escabulló por el bajo de la puerta y
salió al exterior de la casa. El Diablo salió tras ella y le dio alcance, entonces,
se agachó y la recogió del suelo. Estaba cubierta de la sangre de la mujer y se
veía de un color escarlata brillante.
Al verse amenazada, la sierpe se
lanzó a morder al Diablo. Una vez, dos veces, tres veces le mordió en la boca.
El veneno del animal le hizo cosquillear los labios.
—¡Tú! ¡Tú eres mi verdadera alma
gemela! —Entonces se dirigió a la Muerte y le dijo—: Quiero que hagas tu
trabajo y llevarme su alma.
—Maestro, eso es imposible: al no ser
un humano, no se considera que la serpiente tenga alma.
—Entonces, ¿cómo va ser mi alma
gemela?
—No tiene por qué ser su alma gemela,
puede ser su compañera eterna igualmente, sin necesidad de matarla. Solo tiene
que llevarla con usted a su Reino.
—Así sea —respondió el Diablo loco de
contento—. Desde hoy tú serás mi compañera.
Y dicho esto regresó al Inframundo,
mientras la Muerte continuó con su labor en el mundo de los vivos.
—Me
encanta, abuelo. ¡Otra vez! —pidió el niño tirando de la mano a su abuelo.
—Otro
día. Hoy se ha hecho tarde y a tu madre y a tu abuela no les gusta que estés
aquí cuando oscurece.
—¿Por
qué? —quiso saber el niño—. Si es cuando se ve todo más bonito.
—Porque
es peligroso.
—Pero
tú me puedes proteger.
—No,
pequeño. Un cementerio no es lugar para un niño y los muertos no podemos
proteger a los vivos. Ahora ve a casa, tu madre estará preocupada.
Es
pequeño Jokim echó a correr y a los pocos metros se detuvo para despedir a su
difunto abuelo agitando la mano.
—Hasta
mañana, abuelo.
—Hasta
mañana, pequeño —dijo el anciano.
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