sábado, 18 de junio de 2022

Los tres besos del diablo

          —Abuelo, cuéntame esa historia del Diablo —pidió el pequeño Jokim al anciano de la chistera.

—Ya sabes que a tu madre y a tu abuela no les gusta nada que te cuente esas historias.

—Anda, porfa…—rogó el muchacho.

—Está bien. —Y antes de comenzar, un cuervo se posó en lo alto de su sombrero de copa, como acostumbraba a hacer cuando iba a empezar un cuento—. Hace mucho, mucho tiempo…

 

…El Diablo decidió pasear por el mundo de los vivos en busca de un alma gemela para compartir la oscuridad eterna juntos.

Acompañado de su vieja amiga La Muerte, comenzó a recorrer las ciudades en busca de su compañera.

—Recuerde, Maestro —comenzó La Parca—, primero actúo yo y después, cuando el alma haya abandonado el cuerpo es cuando entra usted en acción.

—Lo sé. Tú dedícate a tu trabajo, como si yo no estuviera aquí.

—No puede intentar conseguir el alma antes de tiempo; corremos el riesgo que nuestro cliente no muera pero pierda el alma y eso sería fatal para el equilibrio: no puede haber más almas que cuerpos ni más cuerpos que almas.

Con estos consejos, los dos se aventuraron por el mundo en busca de las personas que La Muerte tenía en su lista. El primero era un gordo banquero que cuidaba de sus ganancias más que de su salud. Grandes atracones de carne regados por el mejor vino del país y antes de acostarse no podía faltar su cigarro puro sentado en el sillón del despacho repasando los beneficios del día.

—Es el momento —le dijo La Muerte al oído del banquero.

—¿Ya? ¿Tan pronto? —respondió este—. Si todavía tengo mucho dinero que ganar para ser más rico todavía.

"Me gusta" pensó el Diablo, "es egoísta y codicioso, podría ser un buen alma gemela".

Entonces, cuando La Muerte fue a hacer su trabajo el banquero, consciente de lo que le iba a suceder, rompió a llorar y a suplicar por su vida. En vano.

—Deprisa, Maestro —le dijo La Muerte—. Si quiere hacerse con este alma tiene que hacerlo ya.

—Nah, no me interesa. Demasiado débil. Que vaya con las demás.

El Diablo y la Muerte continuaron su peregrinaje en busca de víctimas. Él vestido con su chaqué de gala y ella con su negra capa. Él con su barba de chivo ligeramente levantada en la punta y ella con las vacías cuencas de sus ojos brillando de emoción. Él, ansioso por encontrar a su alma gemela y ella, ansiosa por complacer a su maestro.

—Allí, Maestro, en aquella casa hay una mujer a punto de morir. —Y ambos se encaminaron hacia la casa que la Pálida Dama indicaba con su huesudo dedo.

El Diablo estaba tan extasiado que no podía esperar a que la Muerte hiciera su trabajo. Se deslizó flotando hasta el interior de la casa y accedió a la habitación donde una mujer de mediana edad estaba tomando su baño. A los pies de la bañera había un espejo de mano caído y ondeaba en su desplazamiento una serpiente.

La Muerte entró al poco con más calma, sabedora que iba a realizar su trabajo a la perfección (como siempre había hecho).

—¡Esta!, ¡esta es! —decía el Diablo entusiasmado. Entonces recogió el espejo del suelo y se arrodilló junto a la bañera—. Mírate, eres hermosa —le dijo a la mujer mostrándole su propio reflejo—. Vas a ser mi alma gemela.

La mujer no dijo nada, apenas pudo balbucear con la boca torcida y sus miembros inmóviles debido al veneno de la serpiente. Parpadeó una vez, dos veces, tres veces. Dejó lo ojos abiertos y en blanco. La sonrisa del Diablo se ensanchó, sabiéndose ganador de aquel alma. Entonces los ojos de la mujer volvieron a parpadear una vez, dos veces, tres veces y así continuaron. La paciencia del Diablo estaba al límite.

—¡¿Por qué no se muere?! —gritó—. ¡Quiero a mi alma gemela ya!

—Maestro, ha de ser paciente —le indicó la Muerte—. Morirse es un momento complejo e íntimo. Requiere su tiempo.

—Pero yo no quiero esperar —protestó. Y dicho esto hundió su mano en el pecho de la mujer y le arrancó el corazón—. ¡Hale, ya está! Ahora quiero su alma.

El alma de la mujer rondó por la habitación, desconcertada, mirando su antiguo cuerpo, a la Muerte y al Diablo. Y lloró. Entonces la Muerte también lloró.

—¿Por qué lloras? —le preguntó el Diablo.

—No estoy llorando —respondió la Muerte.

—Pues entonces te sudan los ojos.

—Maestro, la muerte es mi trabajo y mi trabajo es mi vida. No puede usted acelerarlo ni intervenir.

—¡Pero quiero mi alma gemela! —tronó. Un silencio inmenso se hizo en la sala. Silencio roto por el siseo de la serpiente que había mordido a la mujer. Se escabulló por el bajo de la puerta y salió al exterior de la casa. El Diablo salió tras ella y le dio alcance, entonces, se agachó y la recogió del suelo. Estaba cubierta de la sangre de la mujer y se veía de un color escarlata brillante.

Al verse amenazada, la sierpe se lanzó a morder al Diablo. Una vez, dos veces, tres veces le mordió en la boca. El veneno del animal le hizo cosquillear los labios.

—¡Tú! ¡Tú eres mi verdadera alma gemela! —Entonces se dirigió a la Muerte y le dijo—: Quiero que hagas tu trabajo y llevarme su alma.

—Maestro, eso es imposible: al no ser un humano, no se considera que la serpiente tenga alma.

—Entonces, ¿cómo va ser mi alma gemela?

—No tiene por qué ser su alma gemela, puede ser su compañera eterna igualmente, sin necesidad de matarla. Solo tiene que llevarla con usted a su Reino.

—Así sea —respondió el Diablo loco de contento—. Desde hoy tú serás mi compañera.

Y dicho esto regresó al Inframundo, mientras la Muerte continuó con su labor en el mundo de los vivos.

 

—Me encanta, abuelo. ¡Otra vez! —pidió el niño tirando de la mano a su abuelo.

—Otro día. Hoy se ha hecho tarde y a tu madre y a tu abuela no les gusta que estés aquí cuando oscurece.

—¿Por qué? —quiso saber el niño—. Si es cuando se ve todo más bonito.

—Porque es peligroso.

—Pero tú me puedes proteger.

—No, pequeño. Un cementerio no es lugar para un niño y los muertos no podemos proteger a los vivos. Ahora ve a casa, tu madre estará preocupada.

Es pequeño Jokim echó a correr y a los pocos metros se detuvo para despedir a su difunto abuelo agitando la mano.

—Hasta mañana, abuelo.

—Hasta mañana, pequeño —dijo el anciano.

—No sabéis la razón que tenéis ambos —dijo la voz de la Muerte a espaldas del anciano.

Escrito por Dirdam

Consigna: Escribe un relato basándote en las tres imágenes adjuntas.



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