domingo, 12 de junio de 2022

El manga

«Espirales… espirales… Esta ciudad está siendo contaminada por las espirales.»

Con solo leer eso, Nicolás Núñez quedó enganchado con el manga que estaba leyendo: Uzumaki, de Junji Ito. El dibujo era impresionante y la historia —hasta ese momento, al menos— prometía bastante. Así que siguió y siguió leyendo hasta altas horas de la madrugada. Lo habían despedido de su trabajo hace unos días, así que por ese lado no había problema. En cuanto al sueño, tampoco; el manga lo mantenía despierto, mucho más de lo normal.

Junji Ito de verdad es tan bueno como dicen, pensó.

Al día siguiente, no pudo quitarse de la cabeza la idea de leer, por lo que, apenas se hubo levantado y tomado desayuno, volvió a sentarse para retomar la lectura por donde lo había dejado hace unas cuatro horas. Empezó a leer el capítulo siete. De nuevo, el trabajo de Junji Ito era lo mejor; cómo encontraba tantas formas de mostrar las consecuencias de vivir en una ciudad que estaba maldita por espirales, era realmente increíble. Al hablarse a sí mismo, Nicolás se repetía la misma palabra: increíble, increíble, increíble. No tenía mucho más vocabulario para idolatrar algo.

Cuando levantó, por fin, la mirada del susodicho libro, notó que su visión estaba extraña. Además de ver borroso, todo parecía moverse y le dolía la cabeza. Se dijo que dormir dos horas no le hacía nada bien, y se prometió dormir más temprano esta vez. Dicho y hecho, no tardó en recostarse en su cama y quedarse dormido. Como para contrastar, durmió doce horas. Al despertar se sentía mucho mejor, y le dieron ganas de salir a tomar aire fresco.

En cuanto se expuso al ambiente exterior, sintió algo distinto. Escuchaba las cosas más fuerte y percibía un sonido como el de una televisión sin señal a lo lejos. Podía escuchar, como si estuvieran a su lado, conversaciones de personas que estaban a más de quince metros de distancia. Quiso seguir con la idea de pasear, pero no pudo; había un malestar creciendo en su interior y necesitaba entrar nuevamente a su casa. Así lo hizo, y ahí pudo sentarse, respirar hondo, y calmarse. Una vez hecho esto, se le ocurrió tomar el libro de nuevo. Quizá le ayudaba a relajarse aun más; siempre pasaba cuando hacía cosas que le gustaban.

Se leyó todo lo que le faltaba. Había escuchado que el final era mediocre, pero a él le parecía un excelente final para un excelente manga. En un rato decidió que los mejores capítulos eran el diez y el once: los de las embarazadas. Eran casi como una historia que podía vivir por sí sola y el nivel de narrativa, terror y lo grotesco de las situaciones lo dejaron estupefacto. Antes, veía el embarazo y a los bebés como algo tierno; ahora, no podía evitar sentir miedo al ver estas formas de vida.

Nicolás fue al baño, orinó, y tiró la cadena. El agua del inodoro formó una espiral, y no pudo evitar quedarse mirándola. Cuando el líquido volvió a su estado normal, Nicolás quiso ver el espectáculo de nuevo, así que tiró la cadena otra vez. Y así otra, y otra, y otra, y otra más. Cuando dio unos pasos para salir del baño, no pudo resistirse y volvió por el mismo camino a tirar la cadena nuevamente. Era hermoso. El agua subía su nivel y empezaba a dar vueltas y vueltas, haciendo algunas formas mientras bajaba, para luego irse completamente y dejar un nuevo depósito de agua en su lugar. La gente infravaloraba la capacidad de hacer arte que tenían las tazas de baño.

Ya satisfecho, ahora sí se dispuso a salir del baño. No sin antes mirarse en el espejo, tenía que preocuparse de su imagen personal de vez en cuando, ¿no? Se vio la cara fijamente por unos segundos, luego quiso mirar más de cerca. Había algo extraño en su apariencia. Los iris de sus ojos formaban extrañas espirales que, tal como el agua en el inodoro, parecían desembocar en las pupilas. Supuso que era un raro efecto que duraría pocos segundos, pero esperó y esperó y nada ocurrió. Sus ojos seguían siendo espirales, y estos espirales se fijaron en sus orejas. Horrorizado, Nicolás vio que cada una de sus orejas formaba una espiral igual a la de sus ojos, solo que estas, en vez de tener como centro la pupila del ojo, rodeaban el canal auditivo que se dirigía al tímpano. ¿Era por mirar tanto las espirales que formaba el agua? ¿Tenía otra parte del cuerpo así? Revisó y, aliviado, vio que no. Pero desde ese día decidió no salir de su casa, a no ser que fuera estrictamente necesario.

2

Nicolás permaneció varias semanas encerrado en su hogar. ¿La comida? No era un problema: podía pedir lo que quisiera on-line. ¿El sol? Le llegaba bastante por las ventanas, así que vitamina D no le faltaba. El real problema empezó cuando Nicolás comenzó a ver espirales en la calle, desde la ventana de su sala de estar. Primero, fue lo normal: veía caracoles en el pasto o simples remolinos que se formaban con el viento. Pero luego, parecía que todas las personas se habían puesto de acuerdo. Pasaban hombres y mujeres, y todos tenían un espiral en alguna parte de ellos. Había peinados de espiral, carcasas de celulares con dibujos de espirales, vestimenta en general y muchas otras cosas. Así que cada día ponía una silla frente a la ventana que daba a la calle y observaba a la gente pasar.

Un día, Nicolás vio cómo un hombre, en vez de seguir derecho por la vereda, doblaba hacia su casa y se iba acercando a la puerta gradualmente. Su rostro era una espiral. Todo estaba fuera de su lugar normal y la piel parecía terriblemente estirada, como si se fuera a romper en cualquier momento. Nunca había visto a una persona tan terrorífica antes. Nicolás Núñez quedó paralizado y solo esperó que el hombre se acercara y cumpliera su objetivo, fuera el que fuera. El hombre, finalmente, tocó la puerta tres veces y pasó una carta por debajo de esta; luego, se fue. Habiéndose calmado un poco, Nicolás tomó y abrió la carta. Era la boleta del agua, y tenía un valor exorbitante. Al parecer, no debía tirar tanto la cadena: todavía no encontraba trabajo, no podía permitirse tales gastos.

Siguió observando el paso de la gente por la calle. No podía creer que justo se hubiera puesto de moda todo lo relacionado con las espirales. ¿Y si su ciudad era igual que la ciudad de Uzumaki, Kurouzu, y estaba maldita por las espirales? ¿Y si la gente terminaba teniendo el pelo con grandes espirales que hipnotizaran a los demás? ¿Y si el humo de las casas comenzaba a salir en forma de espiral? ¿Y si todos se convertían en caracoles?

Mientras pensaba todo eso, vio como una mujer embarazada iba caminando con un bebé que no tenía más de un año.

¿Y si?

3

Ya hacía casi una semana que habían reportado la extraña desaparición de dos personas: una mujer, embarazada, y su hijo, que solo tenía once meses. Ricardo Guzmán se sentía bastante apenado por la situación. Por mucho que ya llevara años en el cuerpo de policía de la ciudad, seguía siendo un hombre sensible. ¿Qué les había ocurrido a esa mujer y a su hijo?

El 4 de junio había llegado un hombre viejo a la estación, diciendo que su hija y su nieto no habían llegado a su casa la noche pasada; esto era muy extraño, porque tenían acordado cenar juntos y lo habían llamado para avisarle que ya iban en camino. Dijo también que había llamado a Raquel, su hija, como mil veces, pero que no había contestado. Antes de llegar a los establecimientos de la policía, había pasado a la casa de Raquel y tocado la puerta —nuevamente unas mil veces— pero nadie contestó ni abrió. Preguntó a la amable señora Marta, una vecina de casi noventa años que siempre estaba sentada en el jardín delantero de su casa, si había visto por casualidad a su hija. La señora respondió que la última vez que la vio fue cuando salió como a las siete y cuarto de la tarde y que no la había visto volver a la casa ni salir a regar las plantas, algo que hacía sin falta todos los sábados. Luego de preguntar a otros vecinos y obtener casi las mismas respuestas, el hombre se había dirigido a la policía, donde hizo el aviso. Y así se comenzó con todo el procedimiento que correspondía hacer al recibir un caso de desaparición.

Y aquí estaba ahora Guzmán, pensando mientras desayunaba. Solo había dos posibilidades: o se habían ido de la ciudad por algún problema familiar (algo poco probable, realmente), o una persona les había hecho algo. ¿Cómo era posible que hubiera una persona tan retorcida como para hacerle algo a una mujer embarazada y a un niño tan pequeño?

El dueño de una tienda había visto por las grabaciones de las cámaras a la mujer hablando con alguien fuera de la tienda luego de comprar. La policía investigó más grabaciones de otras tiendas y esta era la que había sido grabada más tarde, así que era considerada como la última vez que se vio a la mujer.

El teléfono sonó y Guzmán contestó. Habían encontrado la identidad del hombre que hablaba con la mujer: era un tal Nicolás Núñez.

4

Una vez que tuvieron la orden de registro, se dirigieron a la casa de Nicolás Núñez. Este los recibió amablemente y dejó que revisaran todo. Hasta le ofreció un café a Guzmán, pero dijo que no, que, además de que no acostumbraba tomar café, debía seguir buscando y no distraerse. Aunque igual cada vez que miraba al sospechoso se distraía por su aspecto. Parecía que no le gustaba que lo vieran mucho, porque tenía un gorro que le tapaba hasta las orejas y, además, tenía puesta la capucha de su polerón. Contaba también con lentes de contacto verdes; quizás era una de esas personas que nacía con ojos de colores distintos y no le gustaba mostrarlo.

Uno de los policías, que estaba registrando el patio de la casa, gritó e hizo que fueran todos hacia allá. Había detectado un olor extraño y muy débil justo en una zona que tenía la tierra blanda. Guzmán se quedó con Nicolás, por si acaso. Los demás llevaron una pala y comenzaron a trabajar. La cosa no tardó. Un policía —el mismo que había hecho el aviso de la tierra y el olor— fue corriendo hacia el lugar donde estaba Guzmán. Habían encontrado el cuerpo de una mujer aparentemente embarazada y un niño, los dos en pleno estado de putrefacción.

5

Dejaron en prisión preventiva a Nicolás Núñez mientras investigaban el caso. Él decía que lo hizo para salvar muchas vidas, lo mismo que decían muchos asesinos. Durante un largo tiempo le hicieron estudios y terminaron diagnosticándole una extraña enfermedad psicológica. Guzmán estuvo presente durante el juicio, y vio que ni su cabeza ni sus ojos tenían algo raro, así que su deducción era errada: en el momento del registro se había tapado por ninguna razón en específico.

El abogado que le dieron a Nicolás era como un Saul Goodman pero sin las buenas habilidades para defender. Lo sentenciaron a pasar toda su vida en un hospital psiquiátrico, donde intentarían curarlo y mantenerlo lejos de otras personas.

6

Un día, la mandaron a llevarle el almuerzo y las pastillas correspondientes a un hombre llamado Nicolás Núñez, que se encontraba en la sala A5. La enfermera obedeció y emprendió su camino.

La habían contratado hace poco, así que al principio no recordó muy bien cómo llegar a la sala. Le pidió ayuda a un compañero que parecía desocupado y este la acompañó. Cuando llegaron, vieron que, rodeando la puerta, había varios dibujos de espirales en la pared. Será simple decoración, pensó ella.

Abrieron la puerta y, de la sorpresa, se le cayó todo el almuerzo y el vasito con los medicamentos. No había nadie en la habitación y el suelo ya no estaba. En su lugar había un gran hoyo que tenía unas escaleras que circundaban los interiores del agujero y parecían no tener fin. Giraban y giraban, como una espiral.
Escrito por Jokhan Cudajoh.

Consigna: Escribe un relato del género que desees con el título de «El manga».

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