«Espirales…
espirales… Esta ciudad está siendo contaminada por las espirales.»
Con
solo leer eso, Nicolás Núñez quedó enganchado con el manga que estaba leyendo: Uzumaki,
de Junji Ito. El dibujo era impresionante y la historia —hasta ese momento, al
menos— prometía bastante. Así que siguió y siguió leyendo hasta altas horas de
la madrugada. Lo habían despedido de su trabajo hace unos días, así que por ese
lado no había problema. En cuanto al sueño, tampoco; el manga lo mantenía
despierto, mucho más de lo normal.
Junji
Ito de verdad es tan bueno como dicen, pensó.
Al
día siguiente, no pudo quitarse de la cabeza la idea de leer, por lo que, apenas
se hubo levantado y tomado desayuno, volvió a sentarse para retomar la lectura
por donde lo había dejado hace unas cuatro horas. Empezó a leer el capítulo
siete. De nuevo, el trabajo de Junji Ito era lo mejor; cómo encontraba tantas
formas de mostrar las consecuencias de vivir en una ciudad que estaba maldita
por espirales, era realmente increíble. Al hablarse a sí mismo, Nicolás se
repetía la misma palabra: increíble, increíble, increíble. No tenía
mucho más vocabulario para idolatrar algo.
Cuando
levantó, por fin, la mirada del susodicho libro, notó que su visión estaba
extraña. Además de ver borroso, todo parecía moverse y le dolía la cabeza. Se
dijo que dormir dos horas no le hacía nada bien, y se prometió dormir más
temprano esta vez. Dicho y hecho, no tardó en recostarse en su cama y quedarse
dormido. Como para contrastar, durmió doce horas. Al despertar se sentía mucho
mejor, y le dieron ganas de salir a tomar aire fresco.
En
cuanto se expuso al ambiente exterior, sintió algo distinto. Escuchaba las cosas
más fuerte y percibía un sonido como el de una televisión sin señal a lo lejos.
Podía escuchar, como si estuvieran a su lado, conversaciones de personas que
estaban a más de quince metros de distancia. Quiso seguir con la idea de
pasear, pero no pudo; había un malestar creciendo en su interior y necesitaba
entrar nuevamente a su casa. Así lo hizo, y ahí pudo sentarse, respirar hondo,
y calmarse. Una vez hecho esto, se le ocurrió tomar el libro de nuevo. Quizá le
ayudaba a relajarse aun más; siempre pasaba cuando hacía cosas que le gustaban.
Se
leyó todo lo que le faltaba. Había escuchado que el final era mediocre, pero a
él le parecía un excelente final para un excelente manga. En un rato decidió
que los mejores capítulos eran el diez y el once: los de las embarazadas. Eran
casi como una historia que podía vivir por sí sola y el nivel de narrativa,
terror y lo grotesco de las situaciones lo dejaron estupefacto. Antes, veía el
embarazo y a los bebés como algo tierno; ahora, no podía evitar sentir miedo al
ver estas formas de vida.
Nicolás
fue al baño, orinó, y tiró la cadena. El agua del inodoro formó una espiral, y
no pudo evitar quedarse mirándola. Cuando el líquido volvió a su estado normal,
Nicolás quiso ver el espectáculo de nuevo, así que tiró la cadena otra vez. Y
así otra, y otra, y otra, y otra más. Cuando dio unos pasos para salir del
baño, no pudo resistirse y volvió por el mismo camino a tirar la cadena
nuevamente. Era hermoso. El agua subía su nivel y empezaba a dar vueltas y
vueltas, haciendo algunas formas mientras bajaba, para luego irse completamente
y dejar un nuevo depósito de agua en su lugar. La gente infravaloraba la
capacidad de hacer arte que tenían las tazas de baño.
Ya
satisfecho, ahora sí se dispuso a salir del baño. No sin antes mirarse en el
espejo, tenía que preocuparse de su imagen personal de vez en cuando, ¿no? Se
vio la cara fijamente por unos segundos, luego quiso mirar más de cerca. Había
algo extraño en su apariencia. Los iris de sus ojos formaban extrañas espirales
que, tal como el agua en el inodoro, parecían desembocar en las pupilas. Supuso
que era un raro efecto que duraría pocos segundos, pero esperó y esperó y nada
ocurrió. Sus ojos seguían siendo espirales, y estos espirales se fijaron en sus
orejas. Horrorizado, Nicolás vio que cada una de sus orejas formaba una espiral
igual a la de sus ojos, solo que estas, en vez de tener como centro la pupila
del ojo, rodeaban el canal auditivo que se dirigía al tímpano. ¿Era por mirar
tanto las espirales que formaba el agua? ¿Tenía otra parte del cuerpo así?
Revisó y, aliviado, vio que no. Pero desde ese día decidió no salir de su casa,
a no ser que fuera estrictamente necesario.
2
Nicolás
permaneció varias semanas encerrado en su hogar. ¿La comida? No era un problema:
podía pedir lo que quisiera on-line. ¿El sol? Le llegaba bastante por las
ventanas, así que vitamina D no le faltaba. El real problema empezó cuando
Nicolás comenzó a ver espirales en la calle, desde la ventana de su sala de
estar. Primero, fue lo normal: veía caracoles en el pasto o simples remolinos
que se formaban con el viento. Pero luego, parecía que todas las personas se
habían puesto de acuerdo. Pasaban hombres y mujeres, y todos tenían un espiral
en alguna parte de ellos. Había peinados de espiral, carcasas de celulares con
dibujos de espirales, vestimenta en general y muchas otras cosas. Así que cada
día ponía una silla frente a la ventana que daba a la calle y observaba a la
gente pasar.
Un
día, Nicolás vio cómo un hombre, en vez de seguir derecho por la vereda, doblaba
hacia su casa y se iba acercando a la puerta gradualmente. Su rostro era una
espiral. Todo estaba fuera de su lugar normal y la piel parecía terriblemente
estirada, como si se fuera a romper en cualquier momento. Nunca había visto a una
persona tan terrorífica antes. Nicolás Núñez quedó paralizado y solo esperó que
el hombre se acercara y cumpliera su objetivo, fuera el que fuera. El hombre,
finalmente, tocó la puerta tres veces y pasó una carta por debajo de esta;
luego, se fue. Habiéndose calmado un poco, Nicolás tomó y abrió la carta. Era
la boleta del agua, y tenía un valor exorbitante. Al parecer, no debía tirar
tanto la cadena: todavía no encontraba trabajo, no podía permitirse tales
gastos.
Siguió
observando el paso de la gente por la calle. No podía creer que justo se
hubiera puesto de moda todo lo relacionado con las espirales. ¿Y si su ciudad
era igual que la ciudad de Uzumaki, Kurouzu, y estaba maldita por las
espirales? ¿Y si la gente terminaba teniendo el pelo con grandes espirales que
hipnotizaran a los demás? ¿Y si el humo de las casas comenzaba a salir en forma
de espiral? ¿Y si todos se convertían en caracoles?
Mientras
pensaba todo eso, vio como una mujer embarazada iba caminando con un bebé que
no tenía más de un año.
¿Y
si?
3
Ya
hacía casi una semana que habían reportado la extraña desaparición de dos
personas: una mujer, embarazada, y su hijo, que solo tenía once meses. Ricardo
Guzmán se sentía bastante apenado por la situación. Por mucho que ya llevara
años en el cuerpo de policía de la ciudad, seguía siendo un hombre sensible.
¿Qué les había ocurrido a esa mujer y a su hijo?
El
4 de junio había llegado un hombre viejo a la estación, diciendo que su hija y
su nieto no habían llegado a su casa la noche pasada; esto era muy extraño,
porque tenían acordado cenar juntos y lo habían llamado para avisarle que ya
iban en camino. Dijo también que había llamado a Raquel, su hija, como mil
veces, pero que no había contestado. Antes de llegar a los establecimientos de
la policía, había pasado a la casa de Raquel y tocado la puerta —nuevamente
unas mil veces— pero nadie contestó ni abrió. Preguntó a la amable señora
Marta, una vecina de casi noventa años que siempre estaba sentada en el jardín
delantero de su casa, si había visto por casualidad a su hija. La señora respondió
que la última vez que la vio fue cuando salió como a las siete y cuarto de la
tarde y que no la había visto volver a la casa ni salir a regar las plantas,
algo que hacía sin falta todos los sábados. Luego de preguntar a otros vecinos
y obtener casi las mismas respuestas, el hombre se había dirigido a la policía,
donde hizo el aviso. Y así se comenzó con todo el procedimiento que
correspondía hacer al recibir un caso de desaparición.
Y
aquí estaba ahora Guzmán, pensando mientras desayunaba. Solo había dos
posibilidades: o se habían ido de la ciudad por algún problema familiar (algo
poco probable, realmente), o una persona les había hecho algo. ¿Cómo era
posible que hubiera una persona tan retorcida como para hacerle algo a una
mujer embarazada y a un niño tan pequeño?
El
dueño de una tienda había visto por las grabaciones de las cámaras a la mujer
hablando con alguien fuera de la tienda luego de comprar. La policía investigó
más grabaciones de otras tiendas y esta era la que había sido grabada más
tarde, así que era considerada como la última vez que se vio a la mujer.
El
teléfono sonó y Guzmán contestó. Habían encontrado la identidad del hombre que
hablaba con la mujer: era un tal Nicolás Núñez.
4
Una
vez que tuvieron la orden de registro, se dirigieron a la casa de Nicolás
Núñez. Este los recibió amablemente y dejó que revisaran todo. Hasta le ofreció
un café a Guzmán, pero dijo que no, que, además de que no acostumbraba tomar
café, debía seguir buscando y no distraerse. Aunque igual cada vez que miraba
al sospechoso se distraía por su aspecto. Parecía que no le gustaba que lo
vieran mucho, porque tenía un gorro que le tapaba hasta las orejas y, además,
tenía puesta la capucha de su polerón. Contaba también con lentes de contacto
verdes; quizás era una de esas personas que nacía con ojos de colores distintos
y no le gustaba mostrarlo.
Uno
de los policías, que estaba registrando el patio de la casa, gritó e hizo que
fueran todos hacia allá. Había detectado un olor extraño y muy débil justo en
una zona que tenía la tierra blanda. Guzmán se quedó con Nicolás, por si acaso.
Los demás llevaron una pala y comenzaron a trabajar. La cosa no tardó. Un
policía —el mismo que había hecho el aviso de la tierra y el olor— fue
corriendo hacia el lugar donde estaba Guzmán. Habían encontrado el cuerpo de
una mujer aparentemente embarazada y un niño, los dos en pleno estado de
putrefacción.
5
Dejaron
en prisión preventiva a Nicolás Núñez mientras investigaban el caso. Él decía
que lo hizo para salvar muchas vidas, lo mismo que decían muchos asesinos. Durante
un largo tiempo le hicieron estudios y terminaron diagnosticándole una extraña
enfermedad psicológica. Guzmán estuvo presente durante el juicio, y vio que ni
su cabeza ni sus ojos tenían algo raro, así que su deducción era errada: en el
momento del registro se había tapado por ninguna razón en específico.
El
abogado que le dieron a Nicolás era como un Saul Goodman pero sin las buenas
habilidades para defender. Lo sentenciaron a pasar toda su vida en un hospital
psiquiátrico, donde intentarían curarlo y mantenerlo lejos de otras personas.
6
Un
día, la mandaron a llevarle el almuerzo y las pastillas correspondientes a un
hombre llamado Nicolás Núñez, que se encontraba en la sala A5. La enfermera
obedeció y emprendió su camino.
La
habían contratado hace poco, así que al principio no recordó muy bien cómo llegar
a la sala. Le pidió ayuda a un compañero que parecía desocupado y este la
acompañó. Cuando llegaron, vieron que, rodeando la puerta, había varios dibujos
de espirales en la pared. Será simple decoración, pensó ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario