Cuando
entró la policía, con sus armas apuntando hacia aquel rincón, el hombre del
palillo estaba tranquilamente sentado bebiendo un vaso de lo que pretendía ser
whisky.
—¡Las
manos en la cabeza! —ordenaba uno de ellos por encima de los gritos de los
demás.
Sin
embargo, el hombre del palillo parecía no oírle. Solo se dio cuenta de la
presencia policial cuando uno de ellos le estampó la cara contra la barra del
bar y le esposó las manos a la espalda.
El
hombre del palillo no era consciente de la presencia de ellos y ellos solo
reparaban en el hombre del palillo; o mejor dicho, solo reparaban en la
presencia de un hombre con un palillo, ignorando al resto de los presentes.
Parecía que aquel mondadientes atraía la atención de todo el personal uniformado,
como un agujero negro atrae hacia sí todo lo demás. No buscaban al hombre,
buscaban el objeto. Sin pensar que aquel objeto podría no pertenecer siempre a
la misma persona.
Sentado
allí en la mesa recordaba como lo había conseguido años atrás. Había sido en un
viaje organizado para parejas por los pueblos de las montañas del norte:
"un viaje para desconectar y volver a reencontrarse con uno mismo",
como lo catalogaba su esposa.
Él
nunca había tenido la necesidad de reencontrarse con nada. Había crecido en un
barrio humilde de la meseta. Vivió su infancia sin grandes lujos, compartiendo
habitación con sus dos hermanos mayores y su hermana pequeña. Sus padres eran
demasiado pobres para tener una casa con una habitación para cada uno, sin
embrago, nunca les falto un trozo de pan que llevarse a la boca. Con la ropa
remendada y los zapatos dos tallas más pequeños y heredados de sus hermanos, se
abrió camino en la vida y consiguió un trabajo con el que compaginar sus
estudios y poder costeárselos.
En
la universidad de derecho conoció a la que, a la postre, fue su esposa. Él no
estudiaba allí, si no que era el encargado del mantenimiento de los lavabos en
el turno de tarde. Sus estudios los cursaba en centro de formación profesional
de fontanería y soldadura. Ella nunca llegó a sospechar que era un mero
trabajador de las instalaciones, y él no le sacó de su error.
Terminados
los estudios de ella se casaron. La muchacha enseguida tuvo un puesto en el
reconocido despacho de abogados de su padre y sus socios. Él continuó con su
engaño diciendo que no había terminado sus estudios y que le quedaban varias
asignaturas por cursar.
Tras
un año de matrimonio lleno de discusiones, con más lunas de hiel que de miel y
con la sombra del divorcio planeando sobre sus cabezas, decidieron emprender
aquel viaje. Visitaron los asentamientos en ruinas de los primeros pobladores
del lugar y las ciudades más modernas que vinieron después de la desaparición
de estos.
En
un mercadillo local se paró frente a un puesto donde había una mujer que vendía
objetos exotéricos, velas y varitas de incienso. Según decía aquellos objetos
podían proporcionarle la felicidad que no tenía y curar todos los males físicos
y mentales que tuviera. Había piedras que curaban el cáncer, colgantes que
limpiaban el aura y anillos que equilibraban el cuerpo.
Él
nunca había creído en todas aquellas cosas, pero allí estaba parado frente al
puesto, como atraído por una fuerza magnética desconocida.
—Quiero
eso —dijo señalando un mondadientes que estaba apoyado en un extremo del puesto
de venta. Se veía viejo y un tanto mordisqueado, pero no le importaba—. ¿Qué es
lo que hace?
—Tiene
el poder de concederte tus más queridos deseos, incluso aunque no los
pronuncies de palabra. Pero no está a la venta —respondió la mujer que estaba
al otro lado del mostrador
—Te
daré lo que me pidas por él. La familia de mi mujer es rica.
—No
está a la venta —repitió—. Es un objeto muy poderoso y especial y no lo puedo
vender. Solo será tuyo si realmente lo deseas y si el palillo quiere que lo
poseas. Antes de que intentes cogerlo siquiera, tengo que advertirte de una
cosa: el palillo puede concedértelo todo, pero a la vez puede quitártelo todo,
el precio a pagar por lo que creemos que es la felicidad, en ocasiones es
demasiado elevado. No podrás deshacerte de él a no ser que realmente lo desees
y haya otra persona que lo quiera.
—No
tengo nada que perder por intentarlo. —Y se le lanzó a coger el palillo. Un
instante después, el mondadientes rodaba del lado derecho de su boca al
izquierdo, y regresaba de nuevo al derecho.
Le
gustaría verse en un espejo y comprobar el aspecto que le daba aquel objeto.
Seguro que tenía aire de tipo duro de las películas de en blanco y negro que
veían sus padres cuando él era pequeño. Su mujer, cuando lo viera, sentiría un
deseo irrefrenable por tener una sesión de sexo salvaje en la habitación del
hotel.
Y
así fue. Cuando ella le vio aparecer, con ese aire rudo, se acercó a él y le
susurró algo al oído. Minutos después se entregaban a la pasión. En aquel
momento volvió a ser feliz, como cuando se conocieron. Algún tiempo después, su
mujer le comunicó el retraso de varias semanas en la menstruación.
Desde
entonces había vivido con la ilusión de ser padre y enseñarle a su hijo todo lo
que le habían enseñado a él. Sin embargo, los constantes reproches de su mujer
en relación al trabajo que desempeñaba como fontanero por horas, el cual ella
no consideraba digno de alguien de una clase alta como la de su familia, dieron
al traste con esas ideas de paternidad y regresaron las discusiones. Y, al
final de las mismas, siempre salía a relucir el mondadientes que él
constantemente mordisqueaba (y a pesar de ello estaba tan nuevo como le primer
día).
Mediado
el embarazo, su mujer se trasladó a casa de los padres, donde él no era bien
recibido y apenas podía verla. ¡Ah!, si él pudiera vivir en aquella casa sería
feliz. No deseaba otra cosa que vivir allí.
—Jokim,
este fin de semana me voy a con mis padres a la casita de la montaña —le dijo
su mujer cuando sus suegros le permitieron pasar al jardín a verla—. Mientras,
mi padre ha dicho que puedes traer tus cosas para instalarte aquí con nosotros.
Me ha costado mucho convencerle, espero que no hagas que me arrepienta de ello,
porque el niño necesita un padre.
Su
deseo estaba a punto de cumplirse, pero no se conformaba con vivir allí. Quería
ser el legítimo dueño de la mansión y poseer las riquezas que tenía la familia
de su mujer. Y no tener que aguantar los desprecios y los reproches de ninguno
de ellos.
Así
fue como la familia de su mujer se montó el coche y partió rumbo a la casa de
la montaña, pero nunca llegaron. En un área de descanso fueron asaltados y
asesinados. Jokim recibió la noticia de boca de un policía local a las puertas
de la casa que había sido de la familia de su mujer. Allí lo interrogaron y
nuevamente en la comisaría. Era el principal sospechoso, pero él argumentaba
una y otra vez que se encontraba en su casa empaquetando cosas para la mudanza.
Tres
años después se cerró la investigación sin haber encontrado al asesino de la
familia de su mujer. Al ser el único familiar, heredó todas las posesiones de
sus suegros una vez que un juez dictaminó que no había tenido nada que ver con
la muerte de su mujer y de sus padres.
Lo
que Jokim ignoraba era que le vida que llevaba su suegro no era tan perfecta
como él pensaba. El hombre debía una gran cantidad de dinero a un prestamista y
en su despacho de abogados llevaban los asuntos de un conocido delincuente, al
cual le blanqueaban en paraísos fiscales las ganancias de sus negocios sucios.
Lo que él pensaba que era una vida feliz se volvió una pesadilla. Cuando se
demostró su inocencia y todos los bienes de su suegro pasaron a él, resultó ser
el máximo accionista del despacho de abogados y se convirtió en el dueño del
mismo.
Su
nivel de vida aumentó de la noche a la mañana. Las fiestas en las que cuando
era joven tenía que limpiar eran las que él ahora organizaba. Era admirado por
todos, como siempre había deseado.
Con
el paso de los años, la reputación de su despacho de abogados fue creciendo,
sobre todo entre la gente cuyos negocios no eran tan legales como querían hacer
creer; y no tardaron en llegarle ofertas de los cabecillas de las diferentes
bandas que operaban en la ciudad. Debido a su gran implicación con alguna de
ellas fue amenazado de muerte, también amenazaron a la nueva familia que había
construido, e incluso llegaron a quemar su coche. Pero la gota que colmó el
vaso fue cuando asaltaron su casa y torturaron y violaron salvajemente a su
mujer y a su hija delante de él. Aquel era un precio demasiado elevado.
Entonces fue cuando supo que quería deshacerse del palillo. Pero antes tenía
que darle un último servicio.
No
resultó sencillo, ya que nadie creía que un simple objeto podía tener el poder
que Jokim aseguraba. Les sonaba al cuento de la mano de mono que tantas veces
habían oído. Pero entonces sucedió. Sin más. Un buen día que estaba tomando un
whisky en la barra de un bar del centro se presentó ante él un hombre al que
nunca había visto. Tenía aspecto desaliñado y parecía al borde de la
desesperación.
—Llevo
mucho tiempo buscándote —le dijo.
—Entonces
sé a lo que has venido. Cógelo. Solo tienes que desearlo—. Se sacó el
mondadientes y lo depositó encima de la barra. Se seguía viendo tan impoluto
como el día que él lo recibió.
Entonces
la mano sucia del recién llegado agarró el palillo y se lo llevó a la boca.
Jokim se retiró a una mesa del fondo. Fue entonces cuando escuchó el grito y el
alboroto posterior.
—¡Las
manos en la cabeza! —ordenaba un policía por encima del barullo que se había
formado—. Queda detenido por el asesinato del empresario Vicent Núñez y de su
familia.
Uno de los policías estampó la cara del hombre del palillo contra la barra del bar justo antes de esposarle. Desde su mesa, Jokim observó cómo se lo llevaban detenido. Por fin había alcanzado la felicidad, y sin necesidad de pedírselo a un mondadientes.
Escrito por Dirdam
Consigna: Escribe un relato del género que desees con el título de «El escarbadientes» (o como lo llamen en tu país).
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