jueves, 9 de junio de 2022

El palillo

Cuando entró la policía, con sus armas apuntando hacia aquel rincón, el hombre del palillo estaba tranquilamente sentado bebiendo un vaso de lo que pretendía ser whisky.

—¡Las manos en la cabeza! —ordenaba uno de ellos por encima de los gritos de los demás.

Sin embargo, el hombre del palillo parecía no oírle. Solo se dio cuenta de la presencia policial cuando uno de ellos le estampó la cara contra la barra del bar y le esposó las manos a la espalda.

El hombre del palillo no era consciente de la presencia de ellos y ellos solo reparaban en el hombre del palillo; o mejor dicho, solo reparaban en la presencia de un hombre con un palillo, ignorando al resto de los presentes. Parecía que aquel mondadientes atraía la atención de todo el personal uniformado, como un agujero negro atrae hacia sí todo lo demás. No buscaban al hombre, buscaban el objeto. Sin pensar que aquel objeto podría no pertenecer siempre a la misma persona.

Sentado allí en la mesa recordaba como lo había conseguido años atrás. Había sido en un viaje organizado para parejas por los pueblos de las montañas del norte: "un viaje para desconectar y volver a reencontrarse con uno mismo", como lo catalogaba su esposa.

Él nunca había tenido la necesidad de reencontrarse con nada. Había crecido en un barrio humilde de la meseta. Vivió su infancia sin grandes lujos, compartiendo habitación con sus dos hermanos mayores y su hermana pequeña. Sus padres eran demasiado pobres para tener una casa con una habitación para cada uno, sin embrago, nunca les falto un trozo de pan que llevarse a la boca. Con la ropa remendada y los zapatos dos tallas más pequeños y heredados de sus hermanos, se abrió camino en la vida y consiguió un trabajo con el que compaginar sus estudios y poder costeárselos.

En la universidad de derecho conoció a la que, a la postre, fue su esposa. Él no estudiaba allí, si no que era el encargado del mantenimiento de los lavabos en el turno de tarde. Sus estudios los cursaba en centro de formación profesional de fontanería y soldadura. Ella nunca llegó a sospechar que era un mero trabajador de las instalaciones, y él no le sacó de su error.

Terminados los estudios de ella se casaron. La muchacha enseguida tuvo un puesto en el reconocido despacho de abogados de su padre y sus socios. Él continuó con su engaño diciendo que no había terminado sus estudios y que le quedaban varias asignaturas por cursar.

Tras un año de matrimonio lleno de discusiones, con más lunas de hiel que de miel y con la sombra del divorcio planeando sobre sus cabezas, decidieron emprender aquel viaje. Visitaron los asentamientos en ruinas de los primeros pobladores del lugar y las ciudades más modernas que vinieron después de la desaparición de estos.

En un mercadillo local se paró frente a un puesto donde había una mujer que vendía objetos exotéricos, velas y varitas de incienso. Según decía aquellos objetos podían proporcionarle la felicidad que no tenía y curar todos los males físicos y mentales que tuviera. Había piedras que curaban el cáncer, colgantes que limpiaban el aura y anillos que equilibraban el cuerpo.

Él nunca había creído en todas aquellas cosas, pero allí estaba parado frente al puesto, como atraído por una fuerza magnética desconocida.

—Quiero eso —dijo señalando un mondadientes que estaba apoyado en un extremo del puesto de venta. Se veía viejo y un tanto mordisqueado, pero no le importaba—. ¿Qué es lo que hace?

—Tiene el poder de concederte tus más queridos deseos, incluso aunque no los pronuncies de palabra. Pero no está a la venta —respondió la mujer que estaba al otro lado del mostrador

—Te daré lo que me pidas por él. La familia de mi mujer es rica.

—No está a la venta —repitió—. Es un objeto muy poderoso y especial y no lo puedo vender. Solo será tuyo si realmente lo deseas y si el palillo quiere que lo poseas. Antes de que intentes cogerlo siquiera, tengo que advertirte de una cosa: el palillo puede concedértelo todo, pero a la vez puede quitártelo todo, el precio a pagar por lo que creemos que es la felicidad, en ocasiones es demasiado elevado. No podrás deshacerte de él a no ser que realmente lo desees y haya otra persona que lo quiera.

—No tengo nada que perder por intentarlo. —Y se le lanzó a coger el palillo. Un instante después, el mondadientes rodaba del lado derecho de su boca al izquierdo, y regresaba de nuevo al derecho.

Le gustaría verse en un espejo y comprobar el aspecto que le daba aquel objeto. Seguro que tenía aire de tipo duro de las películas de en blanco y negro que veían sus padres cuando él era pequeño. Su mujer, cuando lo viera, sentiría un deseo irrefrenable por tener una sesión de sexo salvaje en la habitación del hotel.

Y así fue. Cuando ella le vio aparecer, con ese aire rudo, se acercó a él y le susurró algo al oído. Minutos después se entregaban a la pasión. En aquel momento volvió a ser feliz, como cuando se conocieron. Algún tiempo después, su mujer le comunicó el retraso de varias semanas en la menstruación.

Desde entonces había vivido con la ilusión de ser padre y enseñarle a su hijo todo lo que le habían enseñado a él. Sin embargo, los constantes reproches de su mujer en relación al trabajo que desempeñaba como fontanero por horas, el cual ella no consideraba digno de alguien de una clase alta como la de su familia, dieron al traste con esas ideas de paternidad y regresaron las discusiones. Y, al final de las mismas, siempre salía a relucir el mondadientes que él constantemente mordisqueaba (y a pesar de ello estaba tan nuevo como le primer día).

Mediado el embarazo, su mujer se trasladó a casa de los padres, donde él no era bien recibido y apenas podía verla. ¡Ah!, si él pudiera vivir en aquella casa sería feliz. No deseaba otra cosa que vivir allí.

—Jokim, este fin de semana me voy a con mis padres a la casita de la montaña —le dijo su mujer cuando sus suegros le permitieron pasar al jardín a verla—. Mientras, mi padre ha dicho que puedes traer tus cosas para instalarte aquí con nosotros. Me ha costado mucho convencerle, espero que no hagas que me arrepienta de ello, porque el niño necesita un padre.

Su deseo estaba a punto de cumplirse, pero no se conformaba con vivir allí. Quería ser el legítimo dueño de la mansión y poseer las riquezas que tenía la familia de su mujer. Y no tener que aguantar los desprecios y los reproches de ninguno de ellos.

Así fue como la familia de su mujer se montó el coche y partió rumbo a la casa de la montaña, pero nunca llegaron. En un área de descanso fueron asaltados y asesinados. Jokim recibió la noticia de boca de un policía local a las puertas de la casa que había sido de la familia de su mujer. Allí lo interrogaron y nuevamente en la comisaría. Era el principal sospechoso, pero él argumentaba una y otra vez que se encontraba en su casa empaquetando cosas para la mudanza.

Tres años después se cerró la investigación sin haber encontrado al asesino de la familia de su mujer. Al ser el único familiar, heredó todas las posesiones de sus suegros una vez que un juez dictaminó que no había tenido nada que ver con la muerte de su mujer y de sus padres.

Lo que Jokim ignoraba era que le vida que llevaba su suegro no era tan perfecta como él pensaba. El hombre debía una gran cantidad de dinero a un prestamista y en su despacho de abogados llevaban los asuntos de un conocido delincuente, al cual le blanqueaban en paraísos fiscales las ganancias de sus negocios sucios. Lo que él pensaba que era una vida feliz se volvió una pesadilla. Cuando se demostró su inocencia y todos los bienes de su suegro pasaron a él, resultó ser el máximo accionista del despacho de abogados y se convirtió en el dueño del mismo.

Su nivel de vida aumentó de la noche a la mañana. Las fiestas en las que cuando era joven tenía que limpiar eran las que él ahora organizaba. Era admirado por todos, como siempre había deseado.

Con el paso de los años, la reputación de su despacho de abogados fue creciendo, sobre todo entre la gente cuyos negocios no eran tan legales como querían hacer creer; y no tardaron en llegarle ofertas de los cabecillas de las diferentes bandas que operaban en la ciudad. Debido a su gran implicación con alguna de ellas fue amenazado de muerte, también amenazaron a la nueva familia que había construido, e incluso llegaron a quemar su coche. Pero la gota que colmó el vaso fue cuando asaltaron su casa y torturaron y violaron salvajemente a su mujer y a su hija delante de él. Aquel era un precio demasiado elevado. Entonces fue cuando supo que quería deshacerse del palillo. Pero antes tenía que darle un último servicio.

No resultó sencillo, ya que nadie creía que un simple objeto podía tener el poder que Jokim aseguraba. Les sonaba al cuento de la mano de mono que tantas veces habían oído. Pero entonces sucedió. Sin más. Un buen día que estaba tomando un whisky en la barra de un bar del centro se presentó ante él un hombre al que nunca había visto. Tenía aspecto desaliñado y parecía al borde de la desesperación.

—Llevo mucho tiempo buscándote —le dijo.

—Entonces sé a lo que has venido. Cógelo. Solo tienes que desearlo—. Se sacó el mondadientes y lo depositó encima de la barra. Se seguía viendo tan impoluto como el día que él lo recibió.

Entonces la mano sucia del recién llegado agarró el palillo y se lo llevó a la boca. Jokim se retiró a una mesa del fondo. Fue entonces cuando escuchó el grito y el alboroto posterior.

—¡Las manos en la cabeza! —ordenaba un policía por encima del barullo que se había formado—. Queda detenido por el asesinato del empresario Vicent Núñez y de su familia.

Uno de los policías estampó la cara del hombre del palillo contra la barra del bar justo antes de esposarle. Desde su mesa, Jokim observó cómo se lo llevaban detenido. Por fin había alcanzado la felicidad, y sin necesidad de pedírselo a un mondadientes.

Escrito por Dirdam

Consigna: Escribe un relato del género que desees con el título de «El escarbadientes» (o como lo llamen en tu país).

 

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