martes, 22 de septiembre de 2020

Cambio de tren (Joy Tonn)

 Cristóbal tomaba el tren de las 7:14 cada mañana para ir al trabajo. Ese día hubo una falla técnica y tuvo que esperar hasta el de las 7:34, provocándole un retraso de veinte minutos. No era una persona que reaccionaba muy bien a los cambios improvisados de plan, sobre todo si significaba que tenía que correr para llegar a tiempo. El tren estaba completamente lleno. Muchos tuvieron que permanecer en pie y algunos ni siquiera los dejaron subir. Si algo había notado Cristóbal en sus cuatro años de informático viajando en tren, era que no solo él tenía una rutina que seguía al pie de la letra, sino que la compartía con otros tantos miles de personas. Era ya normal encontrarse con caras conocidas. Con algunos intercambiaba incluso un par de chácharas y un par de veces hasta un café en la estación apenas se bajaba. Estaba Martín, que trabajaba en el supermercado a una cuadra de donde trabajaba él. Marisa, mejor conocida como La Pinta, la chica del salón de belleza que más de una vez le cortó el cabello, y Vicente, que estaba un poco chiflado. No siempre se sentaban juntos, pero encontrarse entre vagones era una certeza. Aquel día vio demasiados rostros nuevos, y uno que llamó particularmente su atención. Era una chica, de unos veintiséis años quizá. Vestía con un sombrero verde de aquellos que ya no se usan, pero que le quedaba tan bien con su vestido negro que la cubría hasta las rodillas, dejando al descubierto un par de piernas demasiado perfectas. Nunca se había sentido tan atraído hacia una persona en toda su vida.

—¿La habías visto antes a aquella chica? —preguntó a Vicente, que se había hecho con un puesto junto a él.

—No tengo la menor idea. ¿Por qué toda esta curiosidad?

—No, por nada.

—¿Te gusta? ¿Por qué no intentas acercarte?

La idea le hizo empezar a sudar. Era demasiado tímido para esas cosas. Alzó la mirada y vio cómo el pasillo estaba ocupado por las personas que no habían tenido la suerte de hacerse con un puesto: sería imposible llegar hasta ella en ese momento, y eso tranquilizó sus nervios.

—No tienes por qué acercarte ahora —intervino Vicente—. Espera a que se baje, quizás lo haga en la misma estación que nosotros.

Quizás.

La miró durante todo el viaje, olvidándose del calor, del sudor que creaba su cuerpo y del estrés que generalmente le provocaba ver tantas personas juntas. Nada de eso le importó mientras tuviese a la chica del sombrero verde bajo la mirada. Ella pareció no darse cuenta en ningún momento de lo que estaba haciendo. Cuando por fin la vio bajarse en la misma parada que él, el corazón se le aceleró como si de una locomotora se tratase.

La siguió, manteniendo una distancia muy prudente, y cuando hizo un esfuerzo por acercarse, sus nervios lo traicionaron y le prohibieron seguir adelante.

Al día siguiente cogió de nuevo el tren de las 7:34. Era demasiado largo para encontrarla rápidamente, pero en un golpe de suerte divisó a la chica luego de recorrer dos vagones. Esta vez se sentó de espaldas a ella por miedo a que creyera que era un acosador. Si iba a hacer las cosas las haría bien. Alcanzó solo a ver su sombrero verde durante todo el viaje y, de nuevo, esperó a que bajara primero que él. Cuando pasó a su lado detectó un perfume tan intenso que solo una chica como ella podría llevar.

Bajó del tren y la vio alejarse. Nada más pasó.

Cristóbal cogió el tren de las 7:34 todos los días de la semana, cambiando de puesto cada tanto, un día incluso evitó sentarse en el mismo vagón (solo después de asegurarse de que la chica se encontraba en el tren, claro). Un par de veces intentó acercarse, pero acababa por retraerse en el momento en que sentía que la cosa era seria.

Un día no la encontró más. ¿Qué había pasado? La buscó por todos los vagones como niño que juega a las escondidas. Una tristeza inmensa lo embargó al pensar que quizás no la vería nunca más. No podía permitírselo, no podía perderla sin haberla conocido.

Preguntó a sus compañeros de tren (que ya no veía desde que descubrió a la chica del sombrero verde), ni Marisa ni Martín supieron darle una respuesta, pero Vicente, muy convencido de su respuesta, le dijo que estaba seguro de haberla visto en el tren de las 7:14. ¿Por qué había cambiado?

Cristóbal pasó el fin de semana pensando en su próximo movimiento. Tenía que actuar de un modo u otro. El lunes por la mañana llegó con anticipación a la estación y empezó a analizar a todas las personas que subían. No la divisó en el de las 7:14, pero la vio llegar de pronto a lo lejos, preparándose para coger el de las 7:34, como había siempre hecho.

Fue tras ella.

Sudó todo el trayecto. Nunca se le había hecho tan largo incluso conociendo cada paisaje. Hoy era el día en el que hablaría con ella. Hoy era el día en el que descubriría quién era, y estaba dispuesto a hacerlo a toda costa.

Cuando el tren se detuvo se posicionó cerca de ella y la siguió. Apenas bajaron intentó acercarse un poco y más y, al salir de la estación vio cómo dejaba caer algo de la cartera.        

Es ahora.

—¡Perdona! ¡Hey! —Se agachó para recoger un lapicero. Cuando se levantó, vio que se había girado hacia él. Encontrarse con sus ojos fue algo que no se esperaba; una emoción tan indescriptible que su lengua se trabó—. S-se te h-ha caído.

Ella lo miró sin reaccionar unos segundos antes de fruncir el ceño mientras le arrebataba el lapicero de las manos.

—¿Me estás siguiendo? ¿Por qué estás siempre detrás de mí? ¿Crees que no me he dado cuenta? —Su voz era hermosa, pero sus palabras lo estaban hiriendo como mil cuchillos. Se había dado cuenta… Había sido un idiota.

—Yo… No, nada de eso. ¡En serio! Yo… trabajo por acá.

—Nunca te había visto antes. Y de pronto estas siempre allí, mirándome a cada momento. Por favor, si quieres acosar a alguien te has equivocado de persona.

Cristóbal cerró los ojos con fuerza para concentrarse antes de seguir hablando.

—No lo he hecho a propósito, en serio. Te vi en el tren y me pareciste una chica muy bonita y… y… Quería solo hablarte.

—Pues ya hablamos. Será mejor que me vaya antes de que pierda más tiempo.

—¡Espera! —Cristóbal estuvo a punto de cogerla por la muñeca, pero se detuvo a tiempo. Bastaría aquella acción para asustarla aún más—. Quisiera al menos saber tu nombre.

—No te interesa.  

—Vale, lo siento. No quería molestarte. —Agachó la cabeza y buscó en su bolsillo un trocito de papel doblado y se lo tendió a la chica—. Acá está mi número. Yo me llamo Cristóbal, me haré perdonar por todo esto con un café o una hermosa cena.

Ella miró desconfiada el papel.

—Es inútil. A parte que estoy ya ocupada, así que no me interesa.

—No tienes idea del esfuerzo que he hecho para hablarte en este momento. No quiero molestarte más. Pensé que haría un bonito gesto, pero en cambio parece que todo salió mal. No voy a esperar que me llames, pero al menos me alegrarás el día sabiendo que te he dejado mi número.

A regañadientes la chica cogió el papel, lo abrió para leer rápidamente su contenido y lo depositó en su cartera.

 

 

La vio despertarse poco a poco. Al inicio intentó moverse, pero no tardó mucho en darse cuenta de que estaba amarrada a una silla. Hizo un esfuerzo por gritar, pero su boca estaba cubierta por un paño que no podía dejar de morder. Cristóbal se acercó hasta ella y, apoyando el índice en sus labios, le pidió que hiciera silencio.

Los ojos de la chica se llenaron de lágrimas.

La estancia estaba oscura, iluminada solamente por una lamparita sobre un escritorio en donde se hallaba la cartera de la chica con todas sus cosas desparramadas. Cristóbal cogió lo que parecía ser su documento de identidad. Lo tomó entre sus dedos y se acercó hasta ella con pasos lentos.

—América. Qué bonito nombre. Me hubiera gustado no haber tenido que descubrirlo de este modo, pero no soporto las personas maleducadas. Solo quería saber tu nombre, porque me encantaste desde el primer momento en el que te vi.

Ella empezó a moverse, pero sus esfuerzos no la traían a nada. Estaba inmovilizada.

—América… no sabía que un día te descubriría.

Cristóbal empezó a quitarse la ropa poco a poco, y solo entonces, la chica se dio cuenta de que también ella estaba desnuda.

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