lunes, 7 de septiembre de 2020

El jardín sin fin (Dratraco)

  “El mundo es un jardín, y

el jardín, mi sembradío.”

1

Las cartas

Fui yo el que ofreció más en cada precio que salía de la boca del subastador, así la gané, una casa rodante construida en Inglaterra por Sir Peter Renfi. Recuerdo una necesidad embriagante de tenerla y nunca antes haber sentido compulsión por poseer algo al sólo verlo.

Cuando la instalaron en el terreno de Castle Rock Motorhome Park, donde previamente renté un lugar, me llamaron al móvil para preguntar si deseaba que se hicieran las conexiones de agua, gas, electricidad y drenaje. Contesté que sí, pues hicieron una buena oferta.

Ese día salí del trabajo y conduje hasta el parqueadero, al llegar miré emocionado mi nuevo hogar: una flamante casa sobre ruedas construida a mano por un solo hombre, y yo tenía la fortuna de ser el segundo dueño. Subí la escalerilla de entrada, abrí la puerta de resplandecientes cromos en sus marcos y entré, lo primero que vi fue una mancha oscura sobre el piso de madera de la sala. “Eso no estaba ahí”, pensé, de inmediato saqué mi celular y marqué el número del encargado de la instalación, me debía una buena explicación.

—Mark, ¿qué demonios significa la mancha sobre el piso de mi sala? —cuestioné grosero al ver que entraba la llamada.

—Estaba a punto de llamarte, Manny —respondió apenado—, pero estoy en el hospital…

—Eso no me importa, Mark —interrumpí con molestia— lo que quiero saber…

—Con uno de mis trabajadores que se cortó una mano al estar poniendo unas mangueras para el gas en tu “morojom” —terminó de explicar en tono firme, causado por mi impertinencia.

—Lo siento, no lo sabía.

—Lo sé, es solo que el chico perdió la mano por el accidente y no tenía seguro.

Esas palabras me hicieron sentir peor, me senté en el sillón de la sala y, sin dejar de observar la mancha, escuché la explicación de Mark: “el muchacho se cortó con la navaja para trozar mangueras, yo lo estaba viendo, fue algo ilógico, como si lo hubiera hecho adrede. Después fue a la sala y ahí sangró sobre la madera del piso. Te juro que no lo entiendo.” Pensando en eso, me levanté y fui por un vaso de whisky, lo tomé y regresé al sillón. La mancha había desaparecido.

Movido por la repentina desaparición inspeccioné a detalle las tablas del piso. Era una madera negra que relucía esplendorosa, ninguna de las tablas tenía picazón de insectos, de hecho, parecían recién barnizadas. Al no encontrar una explicación para satisfacer mi curiosidad, retiré las tablas para ver lo que había debajo. Nada, sólo material aislante para el frío. Al reinstalar los tablones descubrí en uno de ellos un rectángulo que servía como escondite para unos papeles viejos y amarillentos. Con mucho cuidado retiré la delgada pieza que cubría el rectángulo y extraje las hojas. Al abrirlas las vi, eran cartas, una de ellas tenía fecha del siete de septiembre de mil ochocientos setenta. De inmediato pensé en su valor, tenía que ser uno considerable.

Esa noche me dediqué a leerlas, debía conocer lo que vendería.

“7 de septiembre de 1870

Tras una larga y extenuante búsqueda de la tumba de mi Señor, la he encontrado. Le dije que lo lograría, ahora es necesario cavar. Lo haré sin descanso…”

“10 de octubre de 1870

He cavado durante treinta cuatro días con sus noches y no he logrado mi cometido. Seguiré buscando, no pierda su fe en mí…”

“8 de enero de 1871

Mis esfuerzos y los ánimos que usted me infunde han dado frutos, encontré el ataúd del Señor. Mañana lo abriré…”

“9 de enero de 1871

El ataúd estaba vacío, ni siquiera polvo había en su interior. No encuentro explicación para este hecho ilógico…”

 

“11 de enero de 1871

¡Buenas nuevas! La esencia de mi Señor sigue viva, lo descubrí al buscar refugio del frío en el interior del ataúd que encontré…”

“20 de junio de 1871

Estoy a punto de desfallecer, necesito encontrar una nueva forma de alimentar a mi Señor. Si continúo así, no alcanzaré a ver el invierno…”

“13 de marzo de 1899

Está hecho, mi Señor vivirá eternamente, y, quizás, yo con él…”

¡Maldita suerte! ¿Por qué tuvo que ser un loco el autor de estas cartas? Preferiría que fueran de amor.

2

Los incidentes

De un mes a la fecha han mejorado mucho las cosas, obtuve un ascenso en el trabajo, se presentó una oportunidad irrechazable para comprar un auto y mi hermano regresó de medio oriente, pero lo mejor son las chicas. He tenido tantas que aún no puedo creer el giro tan grande de mi suerte, y es que antes no era capaz de conquistar a ninguna sin importar cuánto me esforzara. La parte que no me gusta es la de las pesadillas, en cada ocasión que viene alguna chica a casa sueño que mueren, pero sólo recuerdo eso: ni la muerte ni la forma o los rostros se quedan en la memoria.

Otra cosa intrigante ha sucedido: de la nada han brotado unos rosales hermosos en el jardín de entrada, sus flores son de un carmesí intenso, hipnotizante, pero no despiden ningún olor. “Vivas de esencia, pero muertas de fragancia”, mencionó una de las tantas visitantes al olerlas, antes de entrar. Creo que se llamaba Mina.

Todo iba de maravilla, hasta hoy que pasó Dylan a visitar.

—Así que esta es tu nueva casa —dijo al verme arreglar el jardín. El tono, aunque cordial, encerraba otras implicaciones, así lo sentí en el momento.

—Pues no es tan grande ni bonita como la de papá y mamá, pero al menos la obtuve con mi esfuerzo —repliqué con el mismo tono del comentario.

—Tranquilo, Manny, no lo dije para que te ofendieras —aclaró antes de abrir los brazos en señal de saludo—. ¿Cómo has estado, hermano?

—Bien, Dylan, muy bien, pero entremos, el sol es muy fuerte.

Después de entrar y sentarnos en la sala, le ofrecí un trago.

—Limonada, está bien.

—¿Seguro que no quieres una cerveza? —pregunté al servir su bebida en un vaso de vidrio grueso.

—Ja, ja, ja, ja, no me harás caer.

Conforme bebíamos recordábamos andancias y vagancias. De pronto, durante la charla de reencuentro y sin motivo aparente, sentí un temor que erizó la piel de mi espinazo. Algo estaba mal. En ese momento observé a mi hermano con la mirada perdida y sonriendo como un loco.

—Dylan, ¿estás bien? —inquirí al poner mi mano frente a sus ojos, en un intento de sacarlo de su estado, pero no contestó. Sin esperarlo, vi cómo el vidrio del vaso cedía a la presión violenta de sus dedos. Siguieron heridas y sangre, mucha sangre que se derramó sobre las tablas negras del piso de la sala cuando mi hermano, en un acto incongruente y grotesco, situó la mano sobre ellas. El horror y el miedo se apoderaron de mí al ver cómo la sangre era bebida por los maderos, al tiempo que secaban, primero la mano y el brazo después, pero no paró ahí, continuaron succionando el líquido carmesí del torso, que viajaba en hilos informes hasta consumirse en las tablas que, conforme se alimentaban, se ponían más negras y brillantes. Intenté arrancarlo de ese maldito piso, pero no logré hacerlo. Al final, tras varios jaloneos, sólo conseguí quedarme con la mitad del torso seco de mi hermano al caer sobre mi trasero. Ahí permanecí por mucho tiempo, el que me tomó asimilar a medias lo que había ocurrido. Sin saber si estaba en una pesadilla o en la realidad, esperé por la oscuridad para enterrar el cuerpo en el jardín.

Una vez que me aseguré de que no había vecinos curiosos, empecé a cavar un hoyo del tamaño suficiente para enterrar el tercio de cuerpo de Dylan. Recién había iniciado la clandestina actividad cuando lo vi: un cadáver en estado avanzado de descomposición. Mi sorpresa fue mayúscula al reconocer su rostro, se trataba de Mina, una de mis tantas conquistas de una noche. Seguí cavando en distintos lugares de mi jardín, pero en cada pozo hecho resultó lo mismo: un cadáver pudriéndose. No encontré un solo lugar disponible para enterrar la parte de mi hermano que yacía dentro de una bolsa plástica, a un lado del pico y la pala. En ese momento de desesperación escuché su voz distorsionada, grave y profunda:

—Es tiempo de buscar un nuevo hogar para nosotros, este jardín está sembrado. La casa fue hecha para eso, para que el mundo sea el jardín y sembrarlo con nuestras semillas. Aquí, nuestra obra está hecha.

Comprendí tanto como las emociones del momento me permitieron, no había posibilidades de sospechar que lo peor estaba por llegar.

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