Como discípulos a doce eligió:
dos prostitutas, cinco ex
presidiarios,
dos inmigrantes negros y a un poeta
de rock,
a Pedro el vagabundo y a un
toxicómano menor. Mägo de Oz
Por
fin había llegado la noche del jueves, cuando celebrarían su gran cena de
solteros. La Última Cena la llamaban sus amigos. Sin embargo, Jesús no quería
verlo así. Pensaba que habría muchas más cenas como aquella aunque el domingo
se fuera a casar Mª Magdalena.
Como
era costumbre, los preparativos y celebraciones durarían una semana: de domingo
a domingo. El día de su llegada a Jerusalén, fue recibido (como todos los
futuros contrayentes de matrimonio) con vítores y aclamado por la multitud.
Entró montado en una mula (que tuvo que alquilar para la ocasión, ya que no
tenía mula propia) y los jóvenes del pueblo le recibieron agitando hojas de
palma y con ramos de olivo, que representaban la riqueza y felicidad que le
deseaban para su matrimonio. A su vez, él y su prometida, obsequiaban a los
presentes lanzando fruta dulce desecada desde sus monturas.
El
lunes tuvieron la última reunión con el sacerdote para indicar quiénes iban a
realizar las lecturas de los votos, a entregar los anillos y a ser testigos del
enlace. El martes fue el día de la prueba final de las túnicas nupciales. El
miércoles, fueron a la posada en la que celebrarían el banquete de boda para
concretar el número de invitados, recibieron a los mismos en la hospedería que
habían reservado para que se alojasen y a última hora, se reunieron con sus
amigos para charlar y beber una copa de vino antes de retirarse a descansar.
—¡Brindemos!
—propuso Pedro—. Por Yisus y La Mari. Que sean muy felices juntos y nos den
muchos churumbeles a los que malcriar.
El
resto levantaron sus vasos de barro y gritaron ¡salud!, como era la costumbre.
—Pedro,
eres mi mejor amigo —respondió Jesús, un poco entonado con el vino—. Sé que si
alguna vez tengo algún problema, siempre podré contar contigo.
—Si
alguna vez tienes algún problema, yo negaré conocerte hasta tres veces, paso de
que me metas en algún marrón. Y menos después de haberme cambiado el nombre. Mi
madre te odia, dice que Simón se llamaba mi padre, su padre, el padre de su
padre y así hasta que ellos recuerdan. ¡Ya era hora de que alguien rompiera esa
mierda de tradición! —Y rompió a reír a carcajadas. Jesús le acompañó y el
resto hicieron lo mismo.
—Bueno,
¿estáis preparados para vuestra despedida de solteros de mañana? —preguntó
Judas.
—Iscariote,
no me judas. Ya os he dicho que nada
de despedidas de soltero. Lo de mañana es una cena con amigos —le recriminó Mª
Magdalena—. Así que no quiero ni strippers,
ni putas, ni enanos desnudos, ni nada que haya podido pasar por esa mente
retorcida tuya.
—Tranquila,
tía. Si tú vas a tener tu despedida con las chicas, en un boys, con un tío vestido de centurión romano, sin nada por debajo
de esa faldita que llevan, meneando el badajo cerca de ti… —Comentó Judas
mientras se había puesto en pie y movía sus caderas adelante y atrás cerca de
la prometida de su amigo, mientras su propia novia y el resto de mujeres del
grupo reían la broma.
—Basta,
eres un cerdo —dijo Jesús—. Deja de menear el cipote delante de mi futura
mujer. Yo sé que tú me traicionarás, pero ella no.
Y
así fue como pasó. Mientras Mª Magdalena disfrutaba del baile de un chico
disfrazado de centurión romano con sus amigas, Jesús cenaba con sus doce
discípulos en la posada Los Mercaderes
del Templo.
Habían
acabado con varias jarras de vino y el bullicio y las risas no cesaban. Tras
unos copiosos entrantes apareció el dueño de la posada con un cabrito asado
acompañado de patatas y cebollas.
—Enseguida
traigo el resto, majestad —le dijo a Jesús.
—Yosef,
ya te he dicho que hoy soy un cliente más. Llámame Jesús.
—¡Mesonero,
más vino! —se oyó pedir a Santiago—. Qué bueno está este vino de la Hispania.
Creo que debería hacerme un viaje mochilero por allí…
Cuando
Yosef abandonó la sala, Jesús se puso en pie y cogió un trozo de pan, lo partió
y lo ofreció a sus discípulos diciendo:
—Tomad
y comed todos de él, pues esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros.
Del
mismo modo tomó el cáliz y lo pasó a sus discípulos.
—Tomad
y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre que será derramada
por vosotros y por todos los hombres.
—¡Eh!,
¡quitadle la mayonesa a este hijo de puta que a saber en qué la convierte!
—gritó Mateo. Todos, hasta el mismo, Jesús, rompieron en carcajadas más
estruendosas que las anteriores.
—Ya
me jodió el brindis, el gilipollas.
Cuando
acabaron la cena y varias jarras de vino más, todos los discípulos fueron
abandonando el local, abrazados unos a otros. Judas iba dando trompicones junto
a Jesús, camino de la caja para pagar la cena.
—Yisus,
ve saliendo con el resto, yo hago la cola para pagar. Id tirando hacia El Monte de los Olivos, que allí ponen
la mejor música del momento.
Jesús
le entregó a Judas treinta monedas de plata para pagar la cena y salió con el
resto de amigos para dirigirse al siguiente punto de su despedida de soltero.
Minutos después llegó Judas a la carrera, con un leve tintineo metálico bajo su
túnica. Tras tomar varias copas en El
Monte de los Olivos y bailar los últimos éxitos del año, se encaminaron al
Monte Gólgota, donde iban a cerrar la noche viendo amanecer con una jarra de
vino en las manos, como era habitual en ellos.
—¡¡Yo
derribaré este templo y lo levantaré en tres días… con la fuerza de mi polla!!
—gritaba Jesús mientras orinaba en la pared del tempo—. Cuando lleguemos al
Gólgota, si hay algún hijoputa crucificado, voy a tirarle una piedra, a ver si
le acierto entre los ojos.
—Menudo
pedo lleva el Yisus —susurró Pedro
entre risas a su hermano Andrés—. ¡Calla, a ver si te vamos a crucificar a ti!
—¡No
tenéis cojones! —desafió Jesús dando un traspiés mientras apuntaba a Pedro con
el dedo.
Al
llegar al monte, Jesús iba abrazado a Juan haciendo exaltación de la amistad.
Judas (que se había guardado las treinta monedas de plata que le había dado
Jesús y escapado de la posada sin pagar) cuchicheaba con Pedro sobre la idea de
atar a su amigo a una cruz vacía si las había.
—¡¡Amaos
los unos a los otros como yo os amo!! —gritó el novio. Después dio dos pasos y
echó una vomitona.
—Yisus,
tío, vas a atraer a los romanos y nos van a poner una multa de cinco talentum por montar escándalo.
—¡AHORA!
—gritó Judas. Varios de los discípulos se echaron encima de Jesús cuando
localizaron una cruz vacía en el suelo. Le desnudaron y le tumbaron sobre ella
atándole de pies y manos. La izaron y comenzaron a reír.
—¿Qué
no había cojones a ponerte en una cruz? —le recordó Pedro la broma de unos
minutos antes—. Y aquí te vamos a dejar hasta que venga La Mari a bajarte.
Chicos, vamos a buscarla y nos reímos un rato.
—¡Eh,
no me dejéis aquí! ¡Cabrones! ¡Hijos de puta!
Los
doce amigos se apartaron de la cruz y se escondieron detrás de un muro en
ruinas que estaba a varios metros de la posición de Jesús.
—Que
escandaloso, se le oye desde aquí —se quejó Mateo.
—Venga,
vamos a bajarlo, que si entera de esto La Mari, nos mata —dijo Pedro.
Cuando
se encontraba a pocos metros de su amigo, alguien le llamó.
—¡Eh,
usted! ¡Altum! —Era un soldado romano
haciendo su ronda—. ¿Conoce al individuo de la cruz? El que grita y llama a un
tal Pedro.
—No,
yo no le conozco de nada. Yo me llamo Simón. Aquí tiene mis papelaes donde lo dice bien clarum.
—¡Pedro!
—gritaba Jesús al más puro estilo Penélope Cruz en los Oscar.
—¿Seguro
que no le conoce? —insistía el romano.
—No
le conozco de nada.
—¡Pedro,
hijoputa, no mientas!
—Acérquese
y mírele a la cara, a ver si le conoce y le podemos bajar de ahí. Eso sí
tendrán que pagar una buena multa por usar cruces del Imperio sin permiso.
—Ya
le digo que yo no le conozco, ni a él ni al tal Pedro al que llama. Yo he
salido a dar un paseíto por aquí y ya me volvía a casa.
—Muy
bien, continúe. —Otros dos soldados más se acercaron al escuchar el escándalo
que estaba formando Jesús con sus gritos
Pedro,
nervioso, pero intentando mantener la calma para no llamar la atención de los
soldados, regresó junto al resto de discípulos. A contarles lo sucedido.
—¡Joder,
joder, joder!, cada vez llegan más soldados —dijo Juan al ver a otro grupo de
soldados acercarse. Llevaban a dos ladrones detenidos para crucificarlos al
lado de donde estaba su amigo—. No vamos a poder bajarlo de ahí. ¿Por qué no
dijiste que sí le conocías?
—Porque
no tengo dinero para pagar la multa y no quería que me detuvieran —se excusó
Pedro.
—Ahora
sí que la hemos cagado. La Mari nos mata fijo —sentenció Judas.
Y
el resto es historia.
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