El disparo había sido certero. Entre los dos ojos ciegos, y el warlock había caído sin vida. Sin embargo, aquel había sido su último proyectil, la ballesta se había convertido en algo inservible, por eso la tiró. Si se encontraban con más warlocks estarían perdidos.
Escapar
de aquella prisión subterránea había sido un suicidio, pero era mejor que
sufrir los castigos diarios por el simple hecho de ser un habitante de la
superficie. Desde la explosión solar, la vida en el exterior fue impracticable;
por ello, los humanos que sobrevivieron al desastre se vieron abocados a refugiarse
en cuevas y galerías subterráneas. Lo que ignoraban era que allí, bajo la
corteza terrestre, habitaba la raza de los warlocks.
Hasta
entonces, los humanos no habían vivido para contar como eran los warlocks y,
los pocos que lo habían hecho, habían sido tomados por locos que deliraban. Las
leyendas que circulaban sobre aquella raza decían que eran monstruos alados, de
dos metros de altura y más de tres de envergadura, ciegos y con grandes
colmillos, con orejas puntiagudas que les servían para guiarse. Y no se
equivocaban.
Un
horrible chillido salido de la garganta de un warlock llegó a sus oídos.
Estaban lanzando sus gritos para orientarse y poder localizarlos.
—Vamos
a morir, nunca podremos escapar —dijo la muchacha—. Esos seres gobiernan todo
el territorio bajo tierra.
—No.
Estoy seguro de que hay algún poblado humano en el que podamos refugiarnos
—respondió él—. Siempre escuché historias sobre estas bestias, pero las
considerábamos un mito, un cuento de viejas para asustar a los chiquillos. Mi
clan se asentó aquí abajo hace unos años, cuando fuimos expulsados del poblado
antes de la explosión. Los encontraremos y allí estaremos a salvo. —De nuevo,
otro chillido de warlock, al que le respondió otro y se le unió un tercero,
este último más desgarrador y cargado de rabia—. Acaban de descubrir el cadáver
de nuestro perseguidor, sigamos corriendo.
Cogió
la mano de la chica tiró de ella para conducirla por un pasillo que se abría a
su derecha. Un chillido, acompañado de un fuerte batir de alas se escuchó a su
espalda, proveniente del pasillo que acaban de abandonar.
—Nos
hemos librado por los pelos. ¡Corre! —le dijo tirando más fuerte de ella.
El
batir de alas cesó. Otro potente grito y comenzó de nuevo, esta vez más fuerte
y cercano.
Los
prófugos corrían a todo lo que daban sus piernas, pero el aleteo del warlock se
escuchaba cada vez más fuerte.
—Date
prisa, ya casi estamos —le dijo él.
—¿Cómo
puedes orientarte por estos túneles sin luz?
—Porque
los hemos explorado día tras día para conocerlos. Sabemos qué sonido hacen
nuestras pisadas en cada corredor y qué eco nos devuelve cada pared, por eso sé
que estamos cerca.
La
chica se vio frenada de golpe por su acompañante.
—Aquí
es.
El
chico apoyó las manos sobre la pared y comenzó a empujar.
—Ayúdame.
Esta es la entrada a mi poblado. En cuanto crucemos el umbral cerraremos de
nuevo y estaremos a salvo y al calor y luz del fuego.
La
pared de roca fue cediendo poco a poco hasta que quedó una abertura por la que
se escapaba un ligero destello de luz.
Otra
vez el aullido de un warlock cruzó el aire, y otro le respondió. Estaban más
cerca que antes.
—¡Rápido,
rápido! Ayúdame a empujar o estaremos perdidos.
Más
chillidos se extendieron por el pasillo. Uno tras otro hasta que fue incapaz de
contarlos. En aquel momento dudó si eran un grupo de warlocks o era el eco
devolviendo los sonidos hasta perderse en el infinito y volverle loco.
La
tercera vez que escuchó un aullido mientras empujaba la roca, provenía de su
derecha y era emitido de la garganta de su acompañante. Se quedó totalmente
paralizado de terror.
—Pero…
¿qué haces?, nos van a descubrir —dijo tapándole la boca a la muchacha de forma
brusca.
Recibió
un fuerte mordisco en la mano que hizo que su piel se desgarrara y comenzara a
sangrar.
Al
ver su boca de nuevo libre, la muchacha emitió otra llamada a los warlocks.
En
el interior de la gruta, hasta entonces, secreta, comenzó a inquietarse la
gente al escuchar el aullido tan cercano. Allí se creían protegidos de los
warlocks, como lo habían estado desde que descubrieron aquel refugio.
La
chica dejó de gritar para tomar aire y emitir un nuevo chillido.
—Nos
ha costado mucho tiempo, pero por fin hemos descubierto vuestro escondite. Ya
no tenéis escapatoria —dijo al mismo tiempo que desplegaba unas alas hasta el
momento ocultas en su espalda—. Vuestras leyendas sobre nosotros no son del
todo ciertas, pero sí muy aproximadas. Nos parecemos mucho a vosotros, por eso
es tan sencillo engañaros con haber sido capturados y planear una fuga. Siempre
nos acabáis llevando hasta vuestros poblados.
Se
lanzó sobre su acompañante y comenzó a devorar su cuello, sangrante, mientras
él gritaba de dolor y asombro.
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