17 de Julio de 2012
Mi
nombre es Neil Armstrong y soy el primer hombre que pisó la Luna. Aunque estas
líneas puedan parecer una autobiografía, debo dejar en claro que no lo son. El
objetivo de este escrito es contar la verdad. Tal vez la verdad sea más dura
que todas las mentiras que dijimos y todas las cosas que ocultamos. Supongo que
tendrán que vivir con eso, así como lo hicimos el resto de mis compañeros y yo.
Tantos años, tanto tiempo…, creo que ya es hora. No, esto no es una
autobiografía, quizás sea, una confesión.
Todo
comenzó con la famosa carrera espacial, la cual fue una competencia entre los
Estados Unidos y la Unión Soviética. Sucedió durante la guerra fría, y la
hazaña que se disputaba era llevar al primer hombre a la Luna. Como los
soviéticos se nos venían adelantando en todo, en 1961 el presidente Kennedy,
que en paz descanse, no tuvo mejor idea que vociferar a los cuatro vientos que
su objetivo era llevar humanos a la Luna antes que termine la década. Entonces
creó el programa Apolo. Es en este punto, en donde la verdad y los libros de
historia, dejan de ser amigos.
Los
soviéticos tenían planeado alunizar en el 67, pero algo malo pasó y empezaron a
morir misteriosamente. Primero el ingeniero Korolev, después komarov y Gagarin,
en extraños accidentes. Y nosotros, que íbamos un poco retrasados, los
alcanzamos; maldita sea la hora, porque poco después empezaron a morir los
nuestros. Los cohetes tripulados no volvían. La prensa sabía una sarta de
mentiras que se encargaba de transmitir al mundo, pero la realidad era otra. Fue
entonces que me convocaron. Yo era un aviador experto, un piloto de combate que
siempre había estado interesado en ser astronauta, les vine como anillo al
dedo. Llegar a la Luna y volver a salvo a la Tierra era la misión, pero lo que
no se contó, fue el armamento nuclear que llevamos ni el porqué. Algo habitaba
en la Luna, algo que no nos permitía llegar. Pero nosotros, como buenos
americanos, lo haríamos, debíamos ganarle al Kremlin.
Algunos
simplemente desaparecían. En los vuelos espaciales siempre volvía un astronauta
menos, y cuando se les preguntaba a los demás por el que faltaba, la respuesta
era sencilla, no lo recordaban. Se les hicieron una serie de pruebas médicas y
nada arrojó luz sobre el asunto, hasta que se recurrió a la hipnosis. Se convocó
a Milton Erickson,
un profesional de renombre en la materia. Se le hizo firmar algunos papeles de
confidencialidad y comenzó el festival. En un principio las sesiones eran
largas y tortuosas, llegar al inconsciente de esos pobres tipos era casi
imposible. Después de algunos intentos fallidos, se logró un pequeño avance en
uno de ellos. Erickson, utilizaba un método bastante nuevo que se basaba en la asociación
de ideas, llevaba a sus pacientes hasta un estado de trance que facilitaba que brotaran
pensamientos y recuerdos reprimidos. La sesión fue grabada y yo la vi un par de
días después. En ella, Erickson, suelta un par de palabras al azar provocando
diferentes clases de reacciones, hasta que dice “Luna”. Es ahí en donde
el sujeto comienza a desquiciarse de la nada. Aún conservo su voz grabada en mí
propio inconsciente.
—Si le digo “Luna”, ¿qué significa eso para usted?
—inquirió Erickson.
—¡John! ¿Dónde estás, John? —dijo gritando. El pánico era
palpable en el ambiente.
—Tranquilo, Stuart. Solo siga mi voz, nada puede hacerle
daño.
—¿John?
Joooooooohn! —respondió a voz en grito, arrancándose los cables del electroencefalógrafo.
—A
la cuenta de tres, va a salir de… —Erickson no llegó a terminar la oración.
—Usted
no entiende, ¡está viva! —vociferó zamarreando a Erickson.
—Stuart,
a la cuenta de tres va a regresar aquí conmigo, aquí está a salvo —aseveró, aún
mientras veía al pobre astronauta levantarse del sillón con la cara demudada en
una expresión pavorosa.
—¡Negaré
todo lo que me hizo decir! ¡Lo negaré siempre! Y cuando Dios tenga la piedad de
llevarme, si me pregunta, ¡también se lo negaré a él! —bramó, mientras salía
corriendo del consultorio.
Esto
es lo que recuerdo de esa cinta, palabras más, palabras menos. Hoy en día no se
que habrá sido de ella, quizás esté guardada bajo siete llaves en los archivos
ultrasecretos de la NASA, aunque me inclino en que fue destruida. Más aun
sabiendo que Stuart, cuando salió corriendo del consultorio, subió hasta la
terraza del edificio y se arrojó suicidándose. Naturalmente se ocultó, se hizo
pasar por accidente laboral y a otra cosa.
Después
del desafortunado incidente la hipnosis dejó de utilizarse. Se empezaron a
enviar misiones sin tripulación con la finalidad de observar la Luna en detalle,
usando telescopios espaciales superiores a los antes utilizados. Como en los años
60 aún no se comprendía muy bien la dinámica de los cinturones de radiación, se
culpó a los cinturones de Van Allen de las desapariciones; cosa que, a mi
entender, era por demás de absurda. Se hicieron nuevos trajes espaciales
resistentes a las radiaciones y a las partículas solares y, también, y no menos
importante, se creó el Saturno V, ese fue el cohete con el que alunizamos. Se
lo probó en varias misiones, una de ellas con tripulación a bordo, y todo
funcionó bien.
Entonces,
el 16 de julio de 1969, llegó el día. Mis compañeros y yo estábamos muy
nerviosos y angustiados, pero tratábamos de no demostrarlo. Buzz no dejaba de
hacer bromas sobre si habíamos hecho el testamento o no, mientras Michael reía
como un niño. Yo no podía reírme de sus chistes, estaba muy asustado. Unos
cuantos días antes intenté dimitir, pero no me fue permitido.
Todo
salió bien, el despegue fue un éxito. No voy a aburrirlos con el viaje
espacial, porque no pasó nada más llamativo de lo que ya saben. Los primeros
problemas se dieron cuando empezamos a orbitar la cara oculta de la Luna. Todo
estaba oscuro y podíamos por fin ver las constelaciones. Ninguna nos era
conocida, el cielo parecía otro.
—Houston,
no reconocemos ninguna constelación, no entendemos que sucede —manifesté
asustado.
A
lo que Houston rápidamente responde diciéndonos que la humanidad entera está
pendiente de nosotros y nuestras propias familias están por darnos un mensaje.
Entendimos la indirecta, por supuesto.
—Houston, ha sido un verdadero cambio para
nosotros. Ahora podemos volver a ver las estrellas y reconocer las
constelaciones por primera vez en el viaje. El cielo está lleno de estrellas.
Exactamente igual que desde el lado de noche en la Tierra —respondí mintiendo—.
La vista de la Luna que tenemos es realmente espectacular. Llena tres cuartos
de las ventanas de las escotillas y, por supuesto, podemos ver la
circunferencia entera, aunque parte de ella está en completa oscuridad y la
otra bajo la luz cenicienta. Es una vista que vale el precio del viaje.
En ese instante la transmisión se cortó. Una luz fulgurante
lo invadió todo por un momento, cegándonos. No queríamos entrar en pánico, nos
habíamos preparado para algo así, pero vivirlo fue distinto. Collins comenzó a
gritar y, el espanto, se apoderó de toda la tripulación.
—¡Dios
mío, muchachos! ¿Pueden ver eso? —dijo Buzz, con un hilo de voz. Ya no gritaba,
no podía, sus cuerdas vocales estaban destrozadas.
Miles,
millones o trillones, ¿cómo saberlo?, de figuras luminosas emergían de la
superficie lunar y se acercaban a la nave. Eran como fantasmas corpóreos, como
si su materia fuera de espesa luz blanca. El primero en llegar se asomó por la ventanilla
central observándonos fijamente. Sus rasgos eran indefinidos, demasiado
brillantes como para que nuestra mente les encontrara forma; pero sus ojos, de
un negro profundo, lo abarcaban todo. Era imposible desviar la vista de esos
ojos, lo ocupaban todo. Uno sentía que se caía dentro de ellos y era una muerte
dulce, anhelada. No eran hostiles, pero tampoco eran buenos, uno podía
sentirlo, no querían ser molestados por humanos. Una serie de imágenes, en un
microsegundo, pasaron por mi mente y las de mis compañeros, diciéndonos lo que
debíamos hacer a continuación, lo que nos convenía hacer.
Ellos
se retiraron y cuando salimos de la cara oculta de la Luna, el sol lo iluminaba
todo y ya no los volvimos a ver. Lo demás, es historia. Pudimos alunizar bien,
dije la famosa frase y Buzz recolectó rocas para estudios geológicos. Mientras cada
uno hacía lo suyo, sabíamos que estaban ahí, que nos acechaban, solo que no
podíamos verlos. El mensaje ya había sido dado. Teníamos que irnos y no volver
jamás. Dejamos algunas cosas, entre ellas mi cámara, y nos fuimos antes de lo
previsto, ninguno de ustedes lo supo.
Hoy,
como un ciudadano más, es mi obligación civil y moral revelar esto. Sé que van
a negarlo, pero ustedes, el pueblo de los Estados Unidos, piénsenlo un momento…
¿Por qué creen que los rusos jamás pisaron la Luna?, o ¿qué pasó realmente con
el Apolo 13?, o ¿por qué desde el año 1972 se perdió todo interés en nuestro satélite
natural? Preguntas, demasiadas preguntas para pocas y tontas respuestas. Si no
hablé antes fue porque creí que todo había terminado, pero ayer me desperté con
esta noticia: “China y
EE.UU. están desarrollando naves para llevar astronautas y establecer una base
en el satélite natural de la Tierra. Fines políticos y económicos detrás de los
proyectos.”
Espero, con mí viejo y gastado corazón, que no lo
hagan, lo que podrían desencadenar sería catastrófico. La Luna no solo se
encarga de las mareas, sin ella no habría vida en este planeta; se imaginan,
por un segundo, ¿qué sería de nosotros si estos seres cortaran nuestra conexión
con la Luna? Pueden hacerlo, créanme. Lean sobre esto, infórmense y díganles NO
a nuestros políticos. No lo permitan, por favor. Hay demasiado en juego,
nuestra vida…
Alguna
vez alguien volará de vuelta y levantará esa cámara que dejé allí arriba.
Espero que ese día este muy lejos. Solo Dios sabe los horrores que guarda en su
interior.
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