Colgó el teléfono y se quedó
pensativo. El calor húmedo de la habitación hacía que el sudor recorriera su
espalda y la camiseta se le pegara a la piel. Absorto aún en la conversación
telefónica que acababa de mantener, esa sensación física le trajo de vuelta a
la realidad, y observó la puesta de sol desde su ventana. La luz del atardecer
reposaba sobre su cara y acentuaba sus facciones delicadas. Una piel blanca y
sedosa, una nariz respingada y una bonita boca perfilada con labios rosados.
Los ojos de color azul intenso eran herencia de su origen eslavo. Solo la
espesa barba rubia de Ramón le daba a su hermoso rostro el aire viril que
necesita la compostura de un hombre. .
***
Ramón y Marina, dos jóvenes rusos
decididos a cambiar el rumbo de sus vidas, habían emigrado a México hacía ya
diez años. Allí, instalados en Ciudad de México, vivieron los dos años más
felices de su matrimonio; los recuerdos de aquellos días inundaban aún a Ramón.
Poco después, la depresión se había adueñado de su salud, y, de manera intermitente,
a lo largo de los últimos años, Ramón había recibido tratamiento psiquiátrico
hospitalario.
La primera vez que Ramón volvió a
casa después de un ingreso en el hospital, notó a su mujer distinta. Aunque
preocupada como siempre por el estado anímico y físico de su marido, las
muestras de amor hacia él eran cada vez menos frecuentes. Pronto, el intenso
deseo sexual que les había unido se transformó en un dulce cariño.
***
Oyó un portazo y reparó en que
habían pasado diez minutos desde que había hablado por teléfono. Era Marina
que, como cada tarde, volvía del trabajo a la misma hora. Ramón se fue a la
ducha y se vistió de sport. Antes de salir de casa le dijo a su mujer que se
encontrarían en la cafetería El Fresco de la calle Callao, el lugar a donde
iban todos los miércoles. Aquellas reuniones semanales eran aún una de las
pocas actividades que al matrimonio le gustaba compartir. Allí, se reunían con
otros emigrantes soviéticos que, unidos por la distancia y la nostalgia,
mantenían un acuerdo tácito para no comparar sus vidas pasadas con un presente
tan distinto, tal vez, no más feliz. Compartían vivencias actuales que
disipaban sus recuerdos de juventud, al menos, durante una vez a la semana.
En la cafetería, mientras que Ramón
charlaba con un compatriota, su mujer estaba hablando con un hombre de pelo
canoso, de, aproximadamente, sesenta años de edad. Marina no participaba en la
conversación más que con algún monosílabo y movimientos de cabeza para asentir,
regularmente, a lo que su interlocutor decía.
Al
cabo de un rato, Ramón se quedó solo. El cansancio le vencía y decidió
marcharse a casa sin decir nada a su mujer. Mientras caminaba, iba pensando en
la conversación telefónica que había mantenido con Alexei aquella mañana. Su
amigo le había ofrecido ayuda y le había repetido que su estado de ánimo
cambiaría si acababa con aquella situación. Cuando llegó a casa se acostó y se
durmió pensando que ya no volvería a aquellas reuniones semanales.
***
Temprano se reunió con Alexei para
ultimar los detalles; estaba nervioso y con el ánimo hundido. Había llegado el
momento. Durante mucho tiempo, creyendo que Alexei acusaba a Marina de
infidelidad porque envidiaba la vida en pareja del matrimonio, Ramón había
negado lo que su amigo le contaba. Hasta que una tarde vio a su mujer con un
hombre en actitud cariñosa en su propia casa. La escena le hizo sentir que el
corazón se le punzaba y, derrotado, salió de la casa en silencio. Se detuvo en
la puerta, y, después de unos minutos, miró al interior a través de una
ventana. Pudo ver que el compañero de su mujer era de edad madura, y que tenía
el cabello salpicado de canas, un bigote ancho y una perilla que acababa en
punta. Era el mismo hombre con el que Marina había estado hablando el último
miércoles que habían estado juntos en El Fresco.
***
Era tarde de miércoles, y Ramón le
dijo a su mujer que no iría a El Fresco, ella no le preguntó por qué y se
marchó sola. En casa, Ramón, sintió otra vez aquella sensación de calor
sofocante, el ventilador de techo no era suficiente para mitigarlo. Se preparó
para salir, cogió su mochila y a las nueve de la noche se dirigió hacia la
calle Callao, había tormenta de verano y llovía granizo. Cuando llegó a la
puerta de El Fresco estaba mojado, y sin quitarse el impermeable entró con la
capucha puesta. Vio a su mujer y a su amante conversando en una mesa alta de
una esquina de la cafetería. Se acercó a un tramo de la barra cercano a ellos y
pidió un vaso de vodka. Notó que Marina no había reparado en su presencia.
Sigilosamente, se acercó a ellos e introdujo la mano en su mochila para sacar
un instrumento punzante que clavó en la sien izquierda de él. La sangre salpicó
el rostro de Marina, y ésta comenzó a dar gritos de pánico mientras su
acompañante se desplomaba del asiento. La gente se agolpó alrededor del herido
tendido en el suelo y la alarma se estableció en el local. Ramón salió sin ser
visto.
***
En el asiento del avión, Marina leyó
la nota que había encontrado en su cartera cuando fue a sacar dinero para pagar
el café: “Mi muerte nos separa ahora, la tuya nos unirá para siempre. Ramón, tu
marido”. A continuación arrugó el papel y lo depositó en el vasito de plástico
que contenía aún un poco de líquido, y, poco a poco, la nota se fue mojando
hasta quedar completamente empapada.
____________________________________________________________________
22 de agosto de 1940
León Trostki, el líder político
soviético y exiliado en México, ha fallecido a manos de Ramón Mercader, un
hombre de cuarenta años de edad, nacionalidad ucraniana y descendiente de
abuelos catalanes. El hecho se produjo en el interior de la cafetería El Fresco
sita en la calle Callao cuando el asesino atacó al político por la espalda,
clavándole un piolet en la sien que le produjo la muerte. A las pocas horas de
lo sucedido, se encontró el cuerpo sin vida de Ramón Mercader, y todos los
indicios apuntan a que se trata de un suicidio.
____________________________________________________________________
Después de leer el resumen de la noticia
en el Diario Oficial de Ciudad de México, Marina dejó el periódico en la
bandeja junto al vaso de café. Cuando la azafata pasó para retirar la basura,
recogió la bandeja y la tiró a la papelera. Se colocó un cojín en la nuca y
antes de disponerse a dormir dio un beso en la mejilla a Alexei mientras le
decía: “Te amo, José1”. Faltaban
dos horas para llegar a Ucrania.
1 José era el nombre con el que
Marina se dirigía en México a Iósif Stalin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario