miércoles, 23 de septiembre de 2020

Columbus (Geodana)

 

Mi origen nunca fue, ni será claro. Muchos especulan sobre el mismo y sobre como ocurrió mi historia. Sobre como llegué a lo que llegué. Pero para ello estoy aquí, para aclarar todas las dudas que sobre la misma pueda haber.

Nací en el seno de una familia Genovesa, muy acomodada. De mis primeros años de vida, poco recuerdo. Sé que tenia de todo, mucho más de lo que cualquier niño de la época pudiese imaginar. Nunca pasé hambre, y nunca me faltó un buen juguete. En aquellos tiempos, nací en 1451, era difícil esto.

Según fui creciendo, y aun con todas esas comodidades, y la posibilidad de llegar a seguir con todos los lujos, algo me faltaba. No me entraba en la cabeza el pasar toda mi vida dentro de esa rutina de seguir con los negocios familiares. Así que, en algún momento, y sin previo aviso, decidí que me apetecía viajar y ver mundo. Muy peligroso para los tiempos que corrían, no era seguro. Nada lo era.

Cogí unos pocos ahorros que guardaba mi familia y me fui desplazando como buenamente pude. No tenía un destino fijo. Solo quería conocer mundo.

Los años pasaron y llegué a un punto en el que tenía que sobrevivir como podía, los ahorros se habían aabado. Me encontraba en un lugar, que aunque no era muy lejano de mi tierra natal, me había costado años llegar a ella.

Había pasado mucho tiempo y viví una temporada en tierras del Reino de Castilla. Me dediqué al comercio, haciéndome cada vez más capital y pudiendo llegar a vivir de un modo no demasiado lamentable. Sabía que si volvía a mi casa podría haber llegado a tener la vida que tuve de pequeño, pero no quise. Y además, ya habían pasado más de 15 años desde mi marcha. La vuelta no sería sencilla o quizás, nadie me recordaría.

En mi tiempo en este reino, pude haber tenido mejor vida, sí. Pero quería vivir y disfrutar a mis anchas. Me gastaba todo lo que podía en vicios, dejando lo justo para poder vivir. Era buen comerciante, era lo que había mamado en el seno familiar, pero mi mala cabeza no ayudó para poder lograr un buen patrimonio. Unido a que, por aquellos tiempos, la situación en la Península era algo confusa.

No me informaba de mucho. Creo que como al fin y al cabo no era mi tierra, no me importaba mucho lo que pudiese ocurrir siempre y cuando yo pudiese seguir con mi vida, y a pesar de todo, podía seguir con ello.

Corría aproximadamente el año 1490 cuando decidí viajar más por la península, poco tenía que hacer ya donde estaba. Llegué al sur de la misma, y mis negocios como comerciante no iban bien. Donde anteriormente vivía, ya tenía mis clientes y mi negocio, pero aquí era uno más.

Llegué a pasar largas temporadas en la calle, y el poco dinero que conseguía o sacaba pidiendo en la calle o vendiendo lo que robaba, me lo gastaba en apuestas, alcohol o mujeres.

Una noche, en una taberna, escuché algo referente a que los Reyes de Castilla habían dado permiso a un navegante para partir con tres buques y viajar a la otra punta del mundo.

Según decían, había unas tierras al este del mundo, y este navegante afirmaba que viajando en dirección contraria se podría llegar a las mismas. Que locura. ¿Realmente quién podía creer que la tierra fuese redonda? Eso eran teorías de locos.

Escuché también que buscaban marineros y personal cualificado para comenzar ese viaje. Y allí me presenté. No por la convicción de que se pudiese llegar a esas tierras, viajando al oeste, sino simplemente porque no tenía donde caerme muerto y, por lo menos tendría algo donde dormir, comida qué comer y, con un poco de suerte, no volvería jamás, fuese cual fuese mi suerte.

En cuanto me presenté, se rieron de mí. El resto de personal que se presentó no tenía mejor facha que yo, pero sin duda, eran mucho más jóvenes, fuertes y preparados. Yo ya tenía los 40 cumplidos, y poco que ofrecer más que una resistencia poco humana al alcohol.

Llegó agosto de ese año, y los buques que la Corona ofreció a este navegante estaban a punto de partir. Me acerqué al puerto con la simple idea de verlos partir.

Mientras embarcaba toda la tripulación, vi a otro hombre como intentaba meterse dentro del barco por la zona de bodegas. No me lo pensé ni por un momento y, asegurándome que no hubiese nadie vigilando, me fui tras él.

Desconocía en cuál de las tres naves me adentré. Sólo sé que estuve días metido en la bodega, casi sin moverme por miedo a ser descubierto, por lo menos hasta asegurarme que estaba lo bastante lejos de tierra como para que me devolviesen a ella.

Dada esta situación, si era descubierto lejos, posiblemente me tirasen por la borda. Pero tampoco mi final iba a ser mucho mejor en tierra.

No me resultó muy sorprendente ver que yo no era el único polizón. Y no sabemos bien cómo, logramos que los días y semanas pasasen rápido sin que nadie nos descubriese. Comíamos de lo que había en la bodega, intentando moderarnos para que no fuese muy evidente que faltaban cosas. Vivíamos y dormíamos entre ratas y sus heces. No teníamos muy claro qué hacíamos ahí, pero ninguno de nosotros tenía otro lugar mejor donde estar.

Pasaría aproximadamente mes y medio cuando durante la noche, el barco se empezó a mover mucho. Se notaba había fuerte oleaje. No había viajado sobre aguas hasta entonces, pero ya llevaba demasiados días allí como para saber que algo no iba bien.

El movimiento se hizo cada vez más constante e intenso y se oía como la tripulación luchaba en cubierta por mantener el barco a flote. Sin tardar, la bodega comenzó a hacer aguas. Obviamente no era un lugar seguro para quedarse. Subir a cubierta era descubrirnos, pero igualmente íbamos a morir. Solo era cuestión de elegir el modo de morir, y yo tenía muy claro que no quería hacerlo de un modo tan lento como es ahogándome.

Mis compañeros se quedaron en bodega y yo corrí a la parte superior. Había tal movimiento en cubierta, que pasé totalmente desapercibido. No sabía cómo podía ayudar, y tampoco sabía si me convenía hacerlo, por lo que tenía que tomar una decisión. O intentaba salir del barco para salvarme, o intentaba ayudar, para posiblemente hundirme con ellos.

Mi elección fue rápida. Encontré un bote en uno de los laterales de nave. Como buenamente pude, y en uno de los zarandeos del barco, lo lancé al agua y salté sobre él. Ya me había encargado de meter algo de comida y vino entre una manta antes de subir a cubierta.

No sé cómo, pero conseguí alejarme lo suficiente del barco para que la inercia de su hundimiento no hiciese me fuese tras él. Lo vi desaparecer entre las aguas. Muchísimos hombres lograron saltar a última hora del barco, pero no quedó alma viva después de unas horas.

Desperté a la mañana siguiente sin saber dónde estaba. No sabía nada de navegación, nada de cómo orientarme. Así que tenía muy claro que quizás no tomé la mejor opción. Decidí no morir ahogado y ahora, moriría bien de hambre o bien de sed. Pero sin duda alguna, iba a ser mucho más lento que lo que había evitado.

Por suerte, no llegó mi muerte antes de ver tierra. Desconocía qué tierra era. Me daba igual si era la Península Ibérica, esas tierras orientales que perseguía ese navegante loco o mis, en el fondo añoradas, tierras italianas. No sabía tampoco qué había pasado con los otros dos buques. Desde que zarpamos ni siquiera nos preocupamos en si íbamos las tres naves juntas o no.

Y allí me encontré, en una tierra bella, preciosa, fértil. Más tarde descubriría que no estaba inhabitada. ¿Habríamos de verdad viajada siempre al oeste, y llegado a esas tierras orientales? Pues sí, así debía de ser. Todo lo que vi durante el tiempo que estuve allí, durante los años que viví allí, coincidía con lo que me habían contado.

Viví allí durante muchos años sin la posibilidad de poder volver. No me importaba demasiado. No me esperaba nadie, y nadie me buscaba. Allí estaba bien y logré fundar varios asentamientos y enseñar un poco de civilización a sus habitantes. Aunque no creo que yo fuese el mejor de los ejemplos.

Desconozco qué año corría cuando unas naves hicieron tierra en lo que era ahora mi hogar. Venían de donde yo venía y vi prudente volverme entonces con ellos e intentar morir allí de donde venía.

Cuando contaba lo que me había sucedido, me enteré que había sido el único superviviente de los tres buques que partimos. Me pasé el resto de mis días contando lo que me sucedió en aquel viaje y el cómo eran esas tierras.

Yo, Cristoforo Colombo, Genovés de nacimiento había descubierto el Nuevo Mundo.

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