Todo dispuesto. Los carteles publicitarios con los rostros más bellos del panorama social colgados en las paredes, el mostrador con el champán burbujeante de bienvenida, una suntuosa alfombra con cristales de Bohemia y, cómo no, el panel luminoso. La gran joya. Verde, resplandeciente. ¡Bravo! ¡Maravilloso! La sesión iba a ser todo un éxito. Bronia cayó de pronto en la cuenta de algo y lanzó por los aires los pocos panfletos que le quedaban anunciando la próxima apertura del negocio que regentaba con su hermana. ¡Los labios! Eso era. No podía olvidar el toque con más glamour del momento. Haría que sus ventas se dispararan, eso era indudable. Necesitaban el dinero con urgencia, pues la pechblenda era muy cara y Marie necesitaba cantidades ingentes del elemento para continuar con sus investigaciones. Se dirigió a uno de los espejos de cuerpo entero que copaban la sala y se maquilló los labios con un pincel fino. Cerró el recipiente con mimo. Brillaban. Oh, si brillaban. Refulgían en la semioscuridad de aquel garaje que ahora lucía como un sofisticado salón pero que, durante el día, era el laboratorio donde su hermana Marie llevaba a cabo sus ensayos sobre radiactividad.
Oh,
Pierre, si nos vieras ahora. Todavía recuerdo el día que extrajiste una pequeña
probeta con esa sustancia resplandeciente. Se quedaron boquiabiertos gracias al
compuesto que creaste mezclando el radio con cobre y zinc. ¡Bellísimo! ¡Pero
jamás te echaremos de menos, perro callejero! Mi pobre hermana sufrió más de lo
que ninguna otra persona hubiera aguantado. Menos mal que estaba yo ahí para
ayudarla. ¡Bendito carruaje! En buen momento se te llevó por en medio
cercenando tu futuro. El futuro es ahora de Marie, pues bien se lo ha labrado. ¡Mas
la vida continúa y ya acuden los primeros invitados!
Marie,
en el piso superior, comenzó a escuchar una música sensual. Preparaba los
últimos detalles y se contoneó por la pequeña alcoba mientras ajustaba sus
ligueros. Cubrió unas pequeñas quemaduras que estaban formándose en sus piernas
con las medias y suspiró. Pero estaba acostumbrada. Cuando Pierre vivía, cubrir
sus cardenales era el pan de cada día. Ahora eran quemaduras. El trabajo en el
laboratorio estaba produciéndole alteraciones en la piel, pero qué importaba.
Tras meses de cavilaciones, discusiones con su hermana Bronia, prerrogativas,
vueltas a empezar…, al fin, el negocio que la salvaría de las financieras de
París para ser autosuficiente tomaba forma.
La
música fue in crescendo hasta
alcanzar un volumen hipnótico. Como en un sueño, Marie Curie, afamada
investigadora química conocida por todo el mundo, se quitaba el velo que
siempre había ocultado su verdadera personalidad y echaba por tierra el rostro
circunspecto, el semblante serio, la boca prieta y la mirada abstraída. Sacudió
la melena de fuego y el repiqueteo de sus tacones se fundió con el ragtime que tan acertadamente su hermana
Bronia había elegido para la ocasión. Al bajar por la escalera desde sus
aposentos, un aplauso estremecedor le erizó todo el vello del cuerpo. La fama.
¿La gloria? Una leve sonrisa comenzó a marcarse en su rostro y los ojos le
brillaron como nunca. Descendió despacio, pero con firmeza. Con la cabeza alzada,
permitió que un caballero elegantemente ataviado la tomara de la mano
enguantada al alcanzar la alfombra.
La
estampa era divina. Marie brillaba literalmente. Su ajustado vestido
resplandecía en tonos ligeramente verdes y finos ribetes en torno al escote,
los puños y los volantes de la falda refulgían especialmente como pequeños
grupos de estrellas sobre la tela. Se acercó con delicadeza hacia su hermana y
se sonrieron. Ambas se habían maquillado con los productos que habían creado a
base de radio y ahora comercializaban. Así conseguían ese brillo verdoso que
tan de moda se había puesto en París, tanto en cosmética como en tratamientos
medicinales.
—Madame
Curie —se atrevió a pronunciar un caballero—, es un honor...
—El
honor es mío, Monsieur Dauphine —interrumpió ella observándole de arriba a
abajo. El hombre lucía el traje más caro que había visto nunca y reloj,
anillos, gemelos y monóculo de oro. Todo iba a ir sobre ruedas. —Si no le
importa, tomaré una copa de champán a la salud de todos los aquí presentes y...
¡Comenzará el espectáculo!
Un
abrumador aplauso resonó por toda la sala y la música volvió a sonar. Todos los
allí presentes, altos cargos de París, representantes de moda y cosméticos,
jefes de la Policía, actrices de cine, políticos, modelos masculinos y
femeninos de alta costura..., todos ellos sonrieron y se dirigieron a los
mostradores donde les aguardaban las copas de champán. Las vitrinas que
contenían los productos fabricados por las hermanas Sklodowska estaban situadas
junto a las bebidas estratégicamente. Algunos observaban con fruición la
afamada bebida al comprobar que pequeños destellos dorados y verdosos recorrían
la copa. ¡Bellísimo!, pensaron unos. ¡Inquietante!, murmuraron otros
acercándose al líquido.
—¡Radiante!
—gritaron Marie y Bronia al unísono, y rieron a carcajadas.
En
ese instante, varios modelos accedieron a la sala mostrando diversos trajes
confeccionados con elementos radioluminiscentes. Recorrieron toda la sala
marcando el paso a ritmo de jazz. Se contoneaban, sonreían, coqueteaban con los
señores y señoras de la alta sociedad que se habían acercado hasta aquel
inaudito acto para ser los primeros en saborear lo más glamuroso del momento.
No se lo podían perder.
Al
día siguiente, tras la resaca, comentarían en el almuerzo a sus amistades y
conocidos lo auténticamente bien que pasaron la velada rodeados de lo más chic
del momento: el radio. Les mostrarían las cremas que habían adquirido y los
frascos de agua curativa para casi cualquier dolencia. Las damas abrirían sus neceseres
y extraerían pequeños recipientes de polvos de maquillaje luminiscente y barras
de labios purpúreas para las más atrevidas. Comentarían con todo lujo de
detalles el pase de extravagantes modelos y se enorgullecerían de haber sido
los primeros en conocer dichas modernidades. Lo más de lo más.
Y aún quedaba lo mejor, explicarían. El momento en que la gran Marie Curie, ganadora de un Nobel, se subió a una plataforma para anunciar un sorteo para dos personas al Radium Palace Hotel. ¡Asombroso! El novedoso balneario en Joachimstal, Checoslovaquia, donde sus aguas medicinales conferían vigor y sanaban todo tipo de dolencias. No les había sonreído la fortuna en esa ocasión, pero no dudarían en volver en cuanto organizaran otra sesión para adquirir agua de radio y pasta de dientes, que se había agotado nada más comenzar la noche. ¡Divino, queridos amigos! Se despedirían hasta encontrarse en un concierto de música de cámara en los jardines de Luxemburgo y lucir un aspecto asombrosamente radiante.
Tras
la fiesta, las hermanas descansan sentadas en las escaleras de la entrada a la
casa. Bronia revuelve el cabello rojizo de Marie y le saca una sonrisa.
—Has
estado magnífica.
—Qué
va... Ha sido gracias a ti.
—En
absoluto. Lo has organizado a la perfección y los clientes, además de estar
satisfechos con sus compras, han disfrutado como tontos. ¿No les has visto las
caras?
—¡Ja,
ja, ja! Sí, Bronia, sí. Si continuamos así, podremos progresar...
—Si
Pierre te viera ahora…
El
silencio se adueña de la noche, pero lo rompe enseguida una risita de Marie.
—Así
me gusta, Marie, verte contenta
—Si
tú supieras, Bronia… Anda, saca un cigarrillo, que nos lo merecemos.
—El
tabaco te acabará matando…
—Quién
sabe, hermana, quién sabe.
Un ruidoso carruaje atraviesa veloz la calle salpicando el agua estancada en los charcos. Marie lo sigue con la mirada.
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